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Mi propia historia del «príncipe»

5 de Enero del 2011 - Patricia Prieto Fernández (Mieres)

El pasado lunes 3 de enero Manuel Herrero Montoto publicó en su edición impresa de LA NUEVA ESPAÑA una narrativa titulada «El príncipe y la mendiga», la cual comenzó por el final, sin saber realmente qué vida había detrás del llamado príncipe, a quien no duda en tachar de egoísta y creído, culpándole por no pedir perdón ante la estabilidad económica en la que se encuentra.

Su príncipe, como así llama al prejubilado, acude a diario al gimnasio, vestido en oros y luciendo tipo.

Yo, hija de trabajador minero, sindicalista, luchador y, por último, prejubilado, tengo mi propio cuento del príncipe. Mi príncipe lo es desde que nací, y no únicamente desde que finalizó su vida laboral. El mío se levanta cada mañana a las siete, escucha las noticias en la radio por si hubiera problemas de tráfico en las carreteras que voy a tomar, apoya en las tareas domésticas y comienza su búsqueda activa de empleo. Sí, señor, busca trabajo, porque si bien puede sentirse un afortunado, exento de preocupaciones laborales y económicas, siente cómo su hija, con casi 30 años de edad, aún no ha conseguido la estabilidad laboral ni parece estar cerca de conseguirla. Ha ahorrado durante toda su vida para pagar unos estudios universitarios que un día nos vendieron como un futuro asegurado, que, para más garantías, complementó con másteres y cursos formativos que ampliarían currículum. Cambió sus vacaciones en la playa por temarios de oposiciones y se puso al día en boletines oficiales y páginas web por si alguna oferta pudiera escapársele a la muchacha. Lee la prensa a diario, con gesto fatigado por cierres de empresas, que quiebran futuros por venir.

Y así ve pasar los días, viendo cómo su hija, diplomada, con idiomas y bien formada, acude a ofertas laborales para las cuales el príncipe ve preciso sacar su carroza de desplazamiento, pues de no ser así el sueldo no sería suficiente para pagar la gasolina.

Muy lejos de la realidad que usted refiere, mi príncipe no rehúye la marginalidad ni la actualidad de los parados y paradas. Mi príncipe acude a manifestaciones y protestas, aun sabiendo que no tendrán respuesta alguna, con el único pensamiento de que vale más un grito ignorado que un silencio ahogado. Lucha por unos derechos laborales, los cuales ya no le afectan, y sueña con ver cómo la vivienda que él pudo adquirir tras diez años de cotizaciones no sea la única a la que pueda acceder su hija tras toda una vida de trabajos mal pagados.

Y si ahora bien, sigue usted generalizando ante la ignorancia de generalizar, permítame decirle que en la cuenca minera en la que vivo hay muchos príncipes como el mío, aunque para mí yo tenga el mejor.

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