Vida con significado
Nos debatimos entre el deseo de ser admirados, sentirnos poderosos y descollantes,
y la muy frágil realidad, que nos hermana y une en nuestra condición carnal y mortal. Somos apegos, emociones y sentimientos, memorias inventadas, incluso. La robotización de procesos es rutina diaria, también se practica meditación, retiros de silencio, yoga, oración o volvemos a algún tipo de religación, más allá de un mundo de datos y cifras, quitándonos caretas forzadas, guiones-coraza, que no permiten expresar lo que llevamos dentro de verdad. Inabarcables, en el viaje más que milenario, empezamos pintando en cuevas símbolos de vida, fauna, proyecciones de un alma inquieta. Somos ánima y "animus", consciencias de un paraíso perdido, esto es, la voz tierna del niño que fuimos. Pudiendo, esculpimos con escoplo, nos desvelamos a menudo, desesperados. Pero la auténtica vida es alegría, esperanza, amar sin traumas, fluir, amables y caudalosos, gozosos, hasta desembocar y darnos en el inmenso océano de paz. Desde inicios del siglo XX, el teatro y la literatura, las artes, tratan el tema de la deshumanización, el anhelo, a veces sofocado, de dar con una voz sanadora y propia, que remedie todos nuestros desbarajustes. Es la cultura de hoy, bazar y parque temático, ingente tráfico de imágenes y productos. Prevalecen los ruidos y los éxitos cuantificables, todo tiene un precio, pero el depurador silencio nos habla con cruda sinceridad, para que recompongamos el rictus avinagrado y nos cercioremos de nuestra verdadera faz, la que vería realmente el Dios de la vida.
Porque no somos " uno cualquiera " impersonal, sino alguien muy especial para Dios,
de filiación divina. Y eso lo olvidamos demasiado a menudo, como el tesoro a descubrir que es.
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