En el (mal) punto de mira
Hace unos días, mientras desayuno, me cruzo para mi asombro con un vídeo en X (o Twitter para los amigos) en el que unas cuantas personas viajan en un tren. Desde sus asientos, miran divertidos a varias chicas, que van medio disfrazadas y hablan con voz teatral, emulando ser asturianas "tradicionales". Hoy leo que treinta y cuatro creadores de contenido especializados en turismo han sido invitados a Gijón, en una iniciativa impulsada por el propio Ayuntamiento para captar a la "nueva generación de turistas". Entre todos ellos, comentan orgullosos, acumulan más de medio millón de seguidores en redes sociales. Probablemente fuesen los mismos protagonistas sonrientes de ese vídeo que comentaba al principio y que no he sido capaz de encontrar otra vez. Ahí venían, camino de Asturias, a promocionar una tierra que seguramente les sea ajena ante miles y miles de personas.
Estas iniciativas hacen que me pregunte: ¿qué favor creen sus impulsores que le están haciendo a Asturias? Me gustaría saber por qué, de un tiempo a esta parte, hay unos cuantos que quieren hacer de nuestra región una mina de diamantes. Esos que, cuando piensan en el futuro de la tierrina, priorizan la visión que proyectamos de puertas para fuera y se olvidan de los que estamos dentro.
Asturias siempre ha sido una comunidad autónoma rica por muchas razones: su gente, su cultura, su gastronomía, sus paisajes... Nunca hemos necesitado ayuda externa para crearnos un escaparate brillante. Los que nacimos aquí sabemos cuál es la calidad de nuestra tierra, y prueba de ello es la cantidad incesante de turistas con la que contamos en épocas del año como Navidad y verano.
Yo quiero preguntarle a usted que me lee: ¿cree que la mejor idea para dar a conocer Asturias es a través de gente de fuera pero influyente en redes sociales? Hoy quiero contarles que, en mi opinión, este acercamiento es un tiro totalmente errado. Creo que este tipo de publicidad únicamente contribuye a la masificación de ciudades como Gijón y, en consecuencia, a la pérdida de la seña de identidad que las hace únicas.
Solo espero que los impulsores de este tipo de ideas no sean los mismos que después se quejen dentro de cinco años, cuando tengan que pagar 4 euros por una cerveza en una terraza de la calle Corrida.
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