Señor Corrupción en persona
Ese es Sánchez Pérez-Castejón, a la vista de lo que vamos conociendo en las informaciones aparecidas en distintos medios, ya sean hablados o escritos. En España libramos porque, de momento, todavía existe lo que se conoce como «libertad de prensa». Pero solo de momento.
Pedro Sánchez nos toma a todas las personas por tontos. Desde el pastor que anda por La Alcarria, a las personas empleadas en Correos que hacen su trabajo en Andalucía, pasando por la gente de mediana edad que pasea temprano por la playa de La Concha, en San Sebastián, o los jubilados que caminan a cualquier hora del día por el paseo que va de Sama de Langreo a El Entrego, en Asturias, o la gente que va de madrugada sobre la arena de la playa de Matalascañas, cerca de Doñana, viendo al fondo la señal luminosa del faro de Chipiona. A casi todo el mundo lo tiene por imbécil.
Este personaje posee el lamentable mérito de haber quitado a la gente de la calle, esos que tenemos que madrugar para ir al trabajo, ya seamos pintores de brocha gorda, albañiles, fontaneros y ese largo etcétera de gente que hace que el país siga funcionando, quitarnos, escribo, la ilusión de votar en unas elecciones. Nos privó a todos y cada uno de los ciudadanos de ese ejercicio de poder cambiar las cosas con el voto, ya que, desde luego y luego, él se encargará de generar en los despachos una mayoría a su favor. El señor Corrupción es un tipo muy, pero que muy especial. La corrupción, por lo visto, es su modo de ser, un singular y sutil medio de vida. Parece que nada se le resiste. No hay contratiempo que no pueda evitar. Solo es cuestión de cambiar leyes, sortear párrafos del Código Penal, o pasarse por la entrepierna los artículos de la Constitución de 1978. Y dice que es «socialdemócrata». No le debe de cree ni su madre.
Da la impresión de que todo es como cuando éramos pequeños y cambiábamos cromos con los amigos, «tú me das y yo te doy».
Esta es la manera de hacer política que hay en España, de momento.
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