El pescador de farros
Todos los días lo encontraba cuando yo salía de la escuela y bajaba a la orilla del mar con mi merienda de pan de trigo con pingo y azúcar. Era ya muy viejo, debía de tener más de ochenta años. Llevaba una chaqueta de pana sin botones que se la comprara su mujer cuando se casaron. La chaqueta, que parecía "comprada pras medrias", le sobraba en la parte delantera y la anudaba con un cordón por debajo de los brazos. A las mangas les daba la vuelta un par de veces.
Al pantalón de mahón, con remiendos en las rodillas, le daba la vuelta en los tobillos para no pisarlo con los zuecos de madera.
Un sombrero con agujeros cubría su cabeza, completamente calva.
"Sabes rapaz", me decía, "los farros son los obreros de las maragotas". "En el mar hay muchos obreros, los farros, y pocas maragotas". "Igual que en la tierra, tenemos muchos obreros y pocos señoritos. Además, los obreros comen distinto, yo cuando quiero coger farros utilizo un trozo de xorra pequeña, pero, si quiero coger maragotas, utilizo el xorrón, aunque maragotas hay pocas".
Se pasaba horas con la caña de canaveira entre las manos y mirando el mar. Me decía: "Sabes rapaz, el pescador tiene que ser paciente, un día no coges ni un farro y otro día no te caben en el cesto".
"La pesca, rapaz, ya la inventó Jesucristo, y este sí que sabía de pesca, pues les mandó a los apóstoles lanzar las redes y estas aparecieron llenas de peces, pero, ahora, ni los farros entran en la ría y las señoritas maragotas menos".
"Tú sabes, rapaz, la marea sube y baja todos los días, la mar sabe lo que tiene que hacer, hay quien dice que es por la luna, pero, cuando no hay luna, también lo hace. Tú, rapaz, comes todos los días, pues la marea también, a veces, sube tanto que quiere comernos. Esto es así desde siempre, las maragotas quieren comerse a los farros".
El viejo pescador tenía las manos agrietadas y arrugadas. Insertaba la "xorra" en el anzuelo con maestría. "Mira rapaz, la xorra hay que meter la mitad en el anzuelo y dejar una parte colgando, porque, si no, el farro no come, y si quieres coger maragotas debes dejar colgando un trozo más grande. Toda la vida fue igual, el obrero siempre comió menos que el señorito".
El viejo pescador me miraba cuando yo merendaba y se lamentaba de lo poco que había ido a la escuela.
"Sabes, rapaz, la maestra es como una maragota que les da órdenes a los farros para que se acerquen a la caña, pero ellas nunca se acercan".
"Toda la vida ha sido así, igual que las mareas".
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