In memoriam

13 de Marzo del 2024 - José Manuel Fernández Rodríguez (Oviedo)

El pasado sábado 9 de marzo, asistimos familiares y amigos a la misa sabatina (hermoso teso-ro de la fe que sobrevive en el occidente asturiano, que el propio sacerdote oficiante se encargó de loar en favor del reencuentro con los dolientes) en recuerdo de María de la Paz Rodríguez.

Sí, en memoria de Pacita Clara, que se nos fue a otro reino el sábado anterior, en medio de los copos de nieve que aquella fría mañana desfallecían en los tejados de las casas de la aldea de Santiago de Cerredo, en el occidente de Tineo, donde residía desde que contrajo matrimonio con el mayorazu de Casa Clara, el bueno de Pepe, el 17 de noviembre de 1954, ¡hace casi 70 años!, y cuando apenas si había cumplido los 22 años. Un ejemplo para mi generación y para las venideras.

Tanto este sábado como el día del funeral los comentarios acerca de Pacita Clara, como todos la conocíamos, eran de admiración por su enorme calidad humana; por sus prudentes consejos; por su autenticidad y nobleza; también por su lealtad y por su serena valentía. Aun así, el signo más significativo de su proceder era la generosidad. Que algunos sabrán por qué lo digo.

Fiel al espíritu comercial de la saga de los "Vicentones", de Riocastiello, regentó con ilusión y acierto, durante varias décadas, la pequeña tienda que habían montado bajo la panera, lo que exigía esfuerzo, compromiso, empeño; eficiencia y disponibilidad para, a cualquier hora, acudir a atender a cualquier vecino/a al que se le hubiera olvidado el pan o..., aunque la cacerola estuviera al fuego. Venía con una sonrisa, despacio, infundiendo paciencia, tranquilidad...

Pues a todos los que hemos tenido la suerte de haberla conocido se nos ha ido un poco de nuestro paso por la vida. Era una buena católica, con arraigadas creencias, a la que el Padre habrá recibido en su seno, lo mismo que lo habría hecho con su esposo hace..., hace ya... ¡ay, Dios mío!, 19 años y con solo 79.

No se puede obviar la atención que Marisa, su nuera, le prestó, que con su carácter sereno y pacificador siempre ha estado presente brindándole compañía incondicional y sacrificándose por ella, como también ya lo había hecho con su padres adoptivos.

Descansa en paz, Pacita.

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