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La soledad de los abandonados

22 de Marzo del 2024 - Mercedes Rodríguez de Castro Peláez (Corvera)

En los últimos meses estamos viendo cómo se extermina una población en el telediario de las nueve, sin que ni propios ni extraños levanten la voz ante una limpieza étnica que me gustaría decir es sin precedentes, pero no es la primera y seguro no será la última.

Siempre que miro cómo se extermina un pueblo recuerdo nuestra República y la soledad que padecimos, mientras el mundo, casi todo, miró hacia otro lado y aún me atrevo a decir que lo sigue haciendo hoy. Es posible que el tiempo y la distancia hagan que no se aprecien similitudes, pero la soledad ante el exterminio fue la misma en un lugar y en otro, la diferencia es que en Gaza el exterminio llega de un país vecino y en España el exterminio llegó desde sus propias entrañas (eso sí, ayudada convenientemente por esos países que hoy presumen de guardar la más pura esencia democrática).

La soledad de los abandonados no terminará cuando este genocidio acabe, a él le seguirá la diáspora, la humillación, el resentimiento y por último la degeneración de una sociedad llena de resentimiento y de odio que buscará en el terrorismo internacional una forma de reivindicarse (equivocadamente) y de poner en valor su propia identidad. ¿Dónde está la ONU que no envía cascos azules a Gaza? Tal vez es que no tiene la misma identidad que la antigua Yugoeslavia, a saber, no es cristiana ni blanca y no pertenece a un continente que tiene miembros de relevancia en esa organización, por no hablar del TPI, el cual le recomendó "muy seriamente" que no matara más de lo necesario, en una declaración que sonroja los principios del propio tribunal.

Mientras Gaza se desangra, el secretario general de la organización está muy preocupado por el cambio climático, que como se sabe no mancha, blanquea y da esplendor, como un buen detergente. Pero le diré algo al Sr. Guterres, las manchas de sangre no salen con ese detergente, sino con humanidad, dignidad y ética, algo que parece haber olvidado a lo largo de su trayectoria en la organización, así como los países con derecho de veto que permiten y mantienen su apoyo a quien está ejerciendo dicha limpieza.

Los americanos que mantienen un apoyo cerrado con Israel lavan su conciencia tirando fardos de comida a seres humanos como si fueran animales en tiempo de sequía, pero mantienen su veto en la ONU a un alto el fuego.

¿Se imaginan cuando España vivía los años de plomo con el terrorismo que el Estado hubiese anulado la autonomía vasca y hubiera entrado a sangre y fuego en el lugar? Ese "pozo de democracia" llamado ONU nos hubiera expulsado de la organización argumentando que un Estado tiene que buscar mediante el diálogo el fin de los conflictos, bla, bla, bla, amén de nuestros vecinos, siempre ellos tan atentos a esa preservación democrática, que no deben contar en este caso, pues en la mayoría de los casos están con el genocida.

Permitir un genocidio, sea este el que sea y venga de donde venga, es permitir la degradación de la humanidad, llevada esta a las catacumbas de sus más bajos instintos.

Cuando alguien lea este artículo que no crea que me olvidé del genocidio judío, denunciar ahora lo que está pasando no es, en modo alguno, no tener presente los campos de exterminio, o las Ana Frank o los millones de seres, judíos o no, que fueron exterminados sin más argumento que el quiero, puedo y lo hago porque no tengo oposición.

Denunciar lo que está pasando también es recordarle a quien lo hace que la muerte solo engendra muerte y que ganar esta partida no quiere decir que se acabó el juego. En el tablero de ajedrez en que nos movemos la solución será firmar tablas, aunque eso no parece posible a la luz de la necesidad del Estado de Israel de conseguir nuevas tierras para su expansión, primero con el territorio de Gaza para después ocupar el fallido Estado del Líbano, porque puedo, porque quiero y porque no tengo oposición.

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