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Soberbia como representación

17 de Noviembre del 2008 - Arturo Macario González (Luarca)

Según una encuesta del CIS, después de la buena educación, la tolerancia y el respeto hacia los demás son los valores que los españoles consideran más importantes a la hora de educar a sus hijos. Visto de otro modo: para la mayor parte de la sociedad, la falta de tolerancia y de respeto hacia los demás es algo criticable.

No es de extrañar ver un resultado como éste en un sondeo de estas características. Basta un mínimo de capacidad de observación para darse cuenta de que, en general, todos pensamos que esas cualidades son esenciales y que, aunque en el fondo no se cuente con ellas, lo mejor es no demostrarlo. No por una cuestión de cinismo, sino de civismo y, sobre todo, de inteligencia.

Una persona inteligente y razonable podría debatir sobre una idea que no comparte, exponer una serie de argumentos lógicos y tratar de llegar a una conclusión. Pero desde luego lo que nunca haría sería creerse un «iluminador» ni convencerse de que todos los mortales van a aceptar una simple impresión suya sobre algo que no entiende, un gusto personal o cualquier sentimiento irracional como si fuera una verdad universal. Se necesita tener algo más que el convencimiento de algo para lograr «alienar» una mente (a veces no se logra ni con ejércitos).

El problema es que la soberbia, ese defecto radicalmente opuesto a «la tolerancia y el respeto hacia los demás», pesa tanto sobre las espaldas de quienes tienen que cargar con ella, que se olvidan de que el resto de la humanidad está ahí y que, al contrario de lo que ellos creen, muchos no forman parte de un rebaño de borregos que aceptan las opiniones ajenas sin cuestionar.

Desgraciadamente en la actualidad hay montones y montones de individuos así. Muchos tienen el decoro de ocultarlo, pero hay otros que subestiman tanto a sus semejantes y que son tan necios que incluso se lo demuestran al mundo entero a través de los medios de comunicación. Son tan irrespetuosos e intolerantes que se autoadjudican la capacidad de hacer juicios y generalizaciones sin que les importe nada más que su propia percepción de las cosas, y tan imbéciles y ridículamente amantes de ellos mismos como para exponerlo públicamente a modo de dogma.

Unos piensan que todos los de un partido político determinado son idiotas, otros que todos los que se compran un todoterreno lo hacen sólo para intimidar o hacerse notar, otros que todos los que se casan con personas nobles o ricas lo hacen para medrar, otros que todas las modelos son promiscuas y adictas a sustancias poco recomendables, otros que los abogados no tienen escrúpulos... Pero sólo los más estúpidos lo dicen en voz alta. Sólo los más estúpidos, los que llevan a la soberbia como representación, tienen la poca cabeza de exhibir sus defectos con la convicción de que no son tal cosa.

Yo me he encontrado con un caso de este tipo en este mismo periódico hace no mucho y, la verdad, he llegado a la conclusión de que es algo tan sumamente patético que ni tan siquiera merece la pena ser rebatido. Después de todo molestarse en razonar una respuesta para contestar a un argumento vacío sería una auténtica pérdida de tiempo... Es mucho mejor dedicarse a hacer algo productivo que te permita, el día de mañana, poder comprarte una buena casa o el todoterreno que más te guste.

Arturo Macario González, Luarca

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