Visita al cementerio
Si uno pasea por la senda que bordea el parque de los Pericones en Gijón, se encuentra inevitablemente con la entrada principal del cementerio El Sucu. A tan solo unos pasos de un grupo de jubilados jugando al mus o de un grupo de niños jugando al balón, un silencio interrogante impregna el aire detrás de esos muros. Se pueden ver panteones que podrían estar catalogados (no sé si lo están) como arte funerario por sus estatuas de ángeles reposando sobre una cruz y sus miradas melancólicas. Una mezcla de curiosidad e intuición guiaron mis pasos por un pequeño hueco que actualmente existe entre unas vallas metálicas de obra que separan los muertos católicos del cementerio civil o de los "rojos". Mi curiosidad fue en aumento cuando leí un indicador que dirige a la tumba de la escritora Rosario Acuña. Cuando estuve frente a su tumba, tuve que mirar bien si era una equivocación mía, porque está más olvidada que los donuts del niño en el anuncio de los ochenta y con unas flores más secas que el ojo de un tuerto. A Dios gracias, el Ayuntamiento ha tenido el detalle de colocar una inscripción marmórea justo detrás de su tumba para "distinguir" un poco su celebridad. Un poco más adelante, bajando escaleras y rompiendo el silencio de los difuntos, los coches y gente caminando tras el muro, me topé con el paredón de fusilamiento, lleno de placas y nombres de civiles. Quien sea altamente sensible o tenga capacidades paranormales, puede escuchar hasta los disparos. Lo más anecdótico de todo esto es que, al lado del mismo, está el nicho y azulejo homenaje al actor Arturo Fernández. Salí por la puerta 7 pensando lo cínica que es la línea que separa la vida de la muerte. La escritora Rosario Acuña, con calle e instituto en la ciudad mientras su tumba es prácticamente invisible, y el "Chatín", con todo lo que nos ha hecho reír, todavía sin escultura en la ciudad y enterrado con vistas al paredón.
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