Carta a un centennial
¿Por qué te escribo? Porque naciste con el nuevo milenio y podrías ser mi nieto. Pero, sobre todo, ¡porque te veo joven e idealista!, sumergiéndote de pleno en la sociedad y en el sistema económico, cordero rodeado de lobos con piel de oveja deseando devorarte... Pero, ¿por qué me empeño en abordarte con un rayo del calor divino que quiero derrita tu inocente corazón? ¡Porque es culpa mía que te hayas olvidado de Dios! Por no haberte hablado antes de Él. De ese instante que ha cambiado la vida. Cuando tengas ese encuentro personal con el Amor. No te proporcioné el modo de que descubrieras en tu corazón la llama de amor viva con la que todo un Dios busca incendiar tu alma, hasta consumirte en Él. Y, ahora, ¡te parece tarde! "¿A qué vienes con este rollo desfasado, con este sermón medieval?". No es por culpa tuya; es que yo no salí a tu plaza, cuando esperabas, a llamarte para trabajar en la Viña del Señor. Ahora, que te parece tarde, créeme, es el mejor momento, el que Jesús tenía preparado desde siempre para salir a tu encuentro... ¡Basta con que grites en silencio desde tu alma: "Aquí estoy porque me has llamado; llego tarde, porque nadie me había llamado antes!".
Créeme, tu culpa es mía, tu inocencia me acusa... "Pero, ¿de qué demonios me hablas, abuelo?". Te hablo del Amor, del Verdadero, del único que saciará tu hambre. Para que no sigas persiguiendo la Felicidad en ese alimento perecedero del triunfo humano temporal. Nada te saciará. Y, si buscas hartarte de lo que no alimenta, nunca tendrás bastante... ¡Caerás en el hartazgo! ¡Pero morirás de hambre! Dios nos hizo para Él, y, nuestro corazón, inquieto, no descansa hasta que se encuentra con su Hijo. Nada nos sacia, sino el Pan del Cielo: ¡Jesús Eucaristía!
"Óyeme: soy un lápiz con que Jesús te escribe esta carta. ¡Te hablo de un encuentro personal con Él! ¡Y a Jesús se va por María! Alza la voz: "¡Mamá, quiero gustar de tu dulzura!; del Gozo Eterno, nacido del Corazón traspasado de tu hijo, por nuestro amor; quiero beber de esa fuente que de él mana, única que saciará mi sed de Eternidad. ¡Óyeme, Mamá María, en la noche de mi juventud! ¡Quiero volver a ser un niño en tus brazos, que tus labios me llenen de mimos! ¡Gozar en este mundo, valle de lágrimas, de una vida que siempre es corta, con una cruz, plena de consuelos, y, en el Cielo, gozar de eternos consuelos, sin cruz alguna!".
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