Rusia: Del "Homo sovieticus" al "Homo putinis"
La llegada en el año 2000 de Vladimir Putin al poder fue un reconocimiento tácito del fracaso de Rusia en su posible transición hacia la democracia. Putin restableció el poder vertical y central, una especie de liderazgo basado en la reconciliación de dos legados: la condición de gran potencia de la extinta URSS y la tradición imperial ortodoxa del zarismo, conectando así con el mito de “la Rusia eterna”.
El término “Homo sovieticus” fue acuñado por primera vez por el filósofo y sociólogo ruso Aleksandr Zinóviev, describiendo de forma crítica al ciudadano medio de la URSS, el cual se caracterizaba por determinados esquemas mentales, políticos, socioeconómicos y culturales singulares, la gran mayoría de ellos fruto de la socialización política propia del régimen comunista.
Las características del “Homo sovieticus” son las siguientes: acusada indiferencia sobre la productividad de su trabajo; ausencia casi absoluta de iniciativa; indiferencia o desprecio hacia la propiedad común; falta de asunción de responsabilidad. La culpa es siempre ajena; encapsulamiento cultural, artístico e, incluso, científico; acusado adoctrinamiento social y político; aceptación expresa o tácita de un régimen represor, incluso cruel con la disidencia severamente castigada; consolidación de una mentalidad totalitaria que acepta o desea imponerla a otros pueblos; admisión de la guerra como medio normalizado para dirimir diferencias.
La premio Nobel de Literatura en 2015, Svetlana Aleksiévich, escritora bielorrusa, tituló uno de sus libros de la siguiente manera: “El fin del 'Homo sovieticus'”, en su contenido predecía la desaparición paulatina del mismo. En la actualidad confiesa lo siguiente: “Me equivoqué dándolos por muertos, el colapso de la URSS no fue el final de esa mentalidad colectiva que anida en la sociedad rusa”.
En la actual Federación Rusa dicha mentalidad asignada al “Homo sovieticus” se ha transformado en el nuevo “Homo putinis”, el cual disculpa al “Homo sovieticus” y culpa de todos sus males a Occidente, al exterior. Acepta pasivamente las cruzadas de Putin contra cualquier cosa que en ese “exterior” les ataca directa o indirectamente, según su sugestión colectiva: la OTAN, los gais, la Unión Europea, el liberalismo, los cambios en las viejas repúblicas, el feminismo, etcétera. Todo ello procede de su concepto de “nación pura” permanentemente expuesta a ser contaminada moralmente. Rusia será más conservación que progreso, será la última en sucumbir al desastre moral del mundo, según dicho “Homo putinis”. Su plan es el pasado mismo, los problemas están fuera, nada se moverá dentro de Rusia, será Rusia la que pondrá orden fuera. Moscú no será la periferia de Europa, será el centro de Eurasia, ese es su plan para el futuro.
Con el “Homo putinis” tenemos la novedosa versión del “Homo sovieticus”, si cabe, más totalizadora dado que el exagente de la KGB es un experto conocedor de la praxis que asegura el poder omnímodo, represivo, cruel. De dicha habilidad represora no se suele escapar casi nadie; si Putin va a por ti, estás condenado.
El putinismo es un régimen híbrido que combina el autoritarismo maduro con prácticas totalitarias soviéticas, impone una visión revisionista de la identidad nacional rusa. El Kremlin se autoasigna defender a los compatriotas rusos en los territorios clave de su proceso de re-imperialización.
El credo del régimen de Putin debe leerse en clave histórica, es una adaptación de la idea de Rusia de los pensadores rusos del XIX y del XX, así como del legado del comunismo. Se podría apuntar que contiene seis elementos:
1.- La ideología estatal como una mezcla de cristianismo ortodoxo y el sistema imperial zarista.
2.- La filosofía eslavófila y paneslavista.
3.- La ideología imperial estalinista.
4.- El mesianismo como base del excepcionalismo ruso.
5.- El militarismo ruso.
Sumario: El concepto de "nación pura" de la antigua URSS
Destacado: El credo del régimen de Putin debe leerse en clave histórica, es una adaptación de la idea de Rusia de los pensadores rusos del XIX y del XX, y del legado del comunismo
6.- El antioccidentalismo.
La anexión de Crimea no disminuyó la bulimia territorial de Putin dado que Occidente no consiguió disuadirle, se embarcó en el 2014 con la entrada “híbrida” en Ucrania y, ya en el 2022, invade abiertamente su territorio en su jerga de “operación militar especial”, y de ahí hacia su objetivo político-estratégico de redefinición de un nuevo orden mundial/global multipolar que ponga en entredicho el poder de las democracias liberales.
Detrás de estas ambiciones geopolíticas de Rusia y su deriva autoritaria está su pasado imperial zarista y comunista; esto, a día de hoy, lo representa a la perfección el descrito “Homo putinis”. La amenaza no es tanto Rusia ni los rusos, sino ese “Homo sovieticus” devenido en el actual “Homo putinis” que se niega a su desaparición a pesar de que su tiempo debería haber concluido. Mientras exista será una amenaza para la órbita occidental y para sus sociedades democráticas a las que, abiertamente, detesta. Nadie ha enseñado al pueblo ruso a vivir en libertad, solo se les ha orientado a “morir por ella” en su esquema sociológico colectivo preñado de nostalgia de la extinta URSS incluso con una vuelta totémica del culto a Stalin. Su líder actual, Putin, se encarga abiertamente de regar de fortaleza de convicciones a su “Homo putinis”, esencial para llevar adelante sus planes.
Vladimir Putin legitima en todo ello su delirio imperialista y su rechazo a que el país que preside se convierta en un Estado-nación democrático. En otras palabras: a pesar del destacado papel histórico de Rusia en la escena internacional, el Kremlin, con Putin de líder, se obstina en destruirlo.
El mundo ya no es seguro para las democracias. La batalla por conservar el orden liberal internacional comenzó el 11 de Septiembre de 2001 (atentado en las torres gemelas de Nueva York). Como demuestra la actual guerra en UCRANIA, el papel ruso en este conflicto ya no es ambiguo. El actual interés nacional de RUSIA, basado en su percepción de la identidad nacional, articulada a su vez en el contexto de un conflicto sin precedentes con Occidente, supone, reitero, la destrucción de dicho orden. Para justificarse, el KREMLIN ha vuelto la mirada al legado histórico de los idealizados imperios zarista y comunista: con el “homo putinis” se constata.
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