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Luis Crespo, la encarnación del espíritu positivo

9 de Enero del 2011 - Fernando Monreal

El lunes 3 de enero, en los albores de este nuevo año, falleció el doctor Luis Crespo. Se podría decir que la muerte le ha cogido por sorpresa, y que no ha tenido ninguna piedad con él. Así de cruda, dura e implacable es muchas veces. Para algunos ha sido un buen médico: un buen urólogo. Para otros ha sido un buen amigo. Para unos y otros, seguramente, una buena persona, por no decir que excelente (de lo que ya no queda, o cada vez escasea más, por desgracia).

La bondad fue su máxima virtud, a mi entender. Con su ida los que tuvimos la fortuna y la dicha de conocerlo nos quedamos no sólo tristes, sino un poco huérfanos, al igual que abrumados. Pero nos queda su recuerdo, su impronta imborrable.

Luis basaba la amistad en el amor. Dar sin esperar recibir. Alegrarse de todo lo bueno que le ocurre al amigo y tender la mano en los momentos de dificultad, sin necesidad de pedírsela. Compartir y disfrutar de la proximidad física y afectiva. Éste ha sido Luis: éste ha sido mi amigo.

Mientras vivió fue grande en su alegría y cordialidad. Grande en su proximidad a los más humildes. Grande en su afectividad (era un tierno glorioso). Grande en su generosidad, en su bondad.

Porque sobre todo era bueno. Con un corazón que no le cabía en el pecho. Sin un ápice de maldad. La encarnación del espíritu positivo.

Si su padre ya ejerció en Oviedo, como médico internista y neumólogo, imprimiendo a sus actuaciones médicas un gran sentido humanístico durante cuarenta y dos años de profesionalidad, la tradición médica no termina con el doctor Crespo, ya que tiene un hijo, también llamado Luis, que ejerce la noble profesión de la urología en un hospital de Madrid. Este último ha heredado de sus ancestros el buen hacer profesional y el excelente trato humano tanto al paciente como a todo aquel que se acerca a él (doy fe, porque lo he vivido).

Antetítulo: In memoriam

Subtítulo: Buen urólogo y buen amigo fue grande en su alegría y cordialidad

Los creyentes (y él lo era) sabemos que ahora se encuentra en buena compañía. Nos queda, por lo tanto, este consuelo y alegría.

Por mi parte, me quedaré con el recuerdo de su porte hombrachón, de su voz grave y sonora al saludar cariñosamente a los pacientes, que ya le estaban esperando a la entrada de la consulta (yo le oía desde la otra punta del pasillo). Pero también me quedo con la bondad que desprendía cuando reflexionábamos juntos sobre la enfermedad de alguno de nuestros clientes y la mejor manera de diagnosticarla y solventarla; será para mí un comportamiento ejemplar a imitar.

Y cómo no me quedaré con los buenos ratos vividos en su compañía, cuando al doctor Ramón Prieto –que sé que le echará mucho de menos, pues le tenía un grandísimo afecto– y a mí nos narraba las «batallitas» de la Medicina vivida por él en sus primeros años de ejercicio profesional. ¡Cuánto ha cambiado…, afortunadamente!

En fin: de una persona como él las palabras se quedan cortas. Desde aquí mi sincero abrazo para su encantadora esposa (su gran apoyo) y sus hijos.

Descansa, querido Luis. No te olvidamos.

Un fuerte abrazo de tu amigo.

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