Dijo la sartén al cazu...
"Poca agudeza y mucho cinismo hay en la infravaloración de la política española de los últimos años que nos ofreció Feijóo. Y me extraña que un político de su altura no haya caído aún en la cuenta de que la mentira no merece la pena, y que además, en el fondo, es superflua" ("Artimañas del inconsciente", LA NUEVA ESPAÑA del 7 de abril). De entrada, la antífrasis se perfila como un rasgo de estilo del autor citado: que Feijóo sea un "político de altura" es compatible con atribuirle "poca agudeza y mucho cinismo". Empezamos bien.
Pero el colmo de la antífrasis se alcanza cuando, desde el sanchismo, se tilda de embusteros a los demás (en el caso, a Feijóo). Un filosanchista no puede llamarle embustero a nadie sin mentar la cuerda en casa del ahorcado, puesto que la mentira es la cuerda de que Sánchez pende, oscilando en permanencia como el péndulo de Foucault. Feijóo, como cualquier mortal, no dirá siempre la verdad; la diferencia con su antagonista estriba en que Sánchez no la dice nunca.
La distancia entre mentir de vez en cuando y mentir siempre deja de ser cuantitativa; es la distancia entre "algo" y lo infinito: una distancia infinita, insalvable por mucho que se infle y crezca el "algo" o menudee el "de vez en cuando". No habrá un solo presidente al que no se le pueda reprochar haber faltado alguna vez a la verdad. Lo singular de Sánchez radica en ser el primero en sentirse emancipado del deber de atenerse a la verdad (y en conseguir que sus secuaces den por buena esa emancipación).
Al dictado de Puigdemont, con Gonzalo Boye de escribano (el reputado jurista que solo estuvo condenado 14 años por secuestro), el sanchismo opera una versión zafia de la inversión nietzscheana de todos los valores -"Die Umwertung aller Werte"-. Todo lo que desde las instituciones o los principios embrida la "voluntad de poder" es percibido y tratado como un estorbo.
Así, frente a una malversación egoísta y reprobable se descubre una malversación benéfica y altruista; no hay que confundir el terrorismo terrorífico con un terrorismo benigno que solo asusta un poquito; y con retirar la sedición del CP, cualquier revuelta o rebelión se queda alboroto callejero. La última inversión sería que hay mentiras malas ("los bulos" de la oposición) y mentiras buenas, las acuñadas en la factoría de Moncloa. "Mentiras piadosas" llamaban antes a las mentiras buenas; ahora las llaman "cambios de opinión".
Del adversario el consejo: las falanges del sanchismo tendrían que centrarse en lo que toca. Y ahora toca proclamar con énfasis que "no habrá referéndum porque la autodeterminación no cabe en la Constitución". Y sin relajarse, estar listos para cuando, a toque de corneta, toque cambiar de opinión y afirmar con énfasis que "en Cataluña habrá un referéndum pactado perfectamente constitucional". A estas alturas pocos dudan ya que la Constitución sea un espacioso guardamuebles donde caben todos los trastos que Puigdemont vaya mandando mientras presta siete votos a Pedro Sánchez. Si alguien no cree que esto es progreso, que venga de los Ángeles y se lo explique.
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