Esquiar en Asturias sigue siendo tercermundista
Dejando aparte las pasadas averías eléctricas que dejaron colgados a los esquiadores tres horas a siete grados bajo cero en un telesilla de la estación invernal de Fuentes de Invierno, obligaron a cerrar la de Pajares, los sufridos esquiadores asturianos no nos merecemos a los gestores de ambas instalaciones. Éstos deberían salir de sus despachos para conocer y aprender cómo se trabaja en otras estaciones de España y del extranjero.
Lo visto con mi familia el pasado 28 de diciembre en Fuentes de Invierno es lo que me ha llevado a escribir estas líneas, con el objetivo de que algún gestor se contagie del «virus del sentido común y del buen hacer». Para no cansar al lector, lo resumo en los cinco puntos siguientes:
1. Para ir desde el final del primer telesilla Llana El Fitu hasta los otros dos únicos de La Llomba y Entresierras hay que empujarse bastantes metros con los bastones, porque quien diseñó la estación se olvidó del principio de la «gravedad».
2. Si un esquiador despistado o foráneo coge el telesilla de La Llomba, cuando se baja del mismo podrá dejarse deslizar sólo unos 250 metros para enlazar con una pista de la estación invernal de San Isidro, porque no hay ningún cartel ni barrera física que lo impida. Una vez en dicha pista, descubrirá con horror que su forfait no le vale para nada y que tendrá que costearse de su bolsillo los medios necesarios para regresar a las pistas de Fuentes de Invierno.
3. Los encargados de los remontes apenas salen de sus casetas, viendo el panorama desde la ventana, cuando deberían estar al pie de los mismos, ayudando a las personas que lo precisen, atenuando la velocidad de las sillas, si procede..., etcétera. A veces puede ser muy tarde prevenir un accidente desde el interior de la caseta.
4. Hacía un par de días que había nevado y sin embargo había muchos tramos con piedras. ¿Por qué no se cogen las máquinas y se trasvasa nieve para dejar las pistas en buen estado?
5. Y ya para acabar, cuando uno deja de esquiar y va a la cafetería-restaurante para comer algo y descansar, se «remata» la jornada. Decidimos sentarnos en el restaurante para comer «algo decente». El precio del mejor menú era sobre doce euros. Lo pedimos. Estuvimos esperando casi una hora para comer el primer plato: unos pésimos calamares en tinta con arroz. La tinta parecía la «marea negra del Prestige». De segundo plato, una trucha que ya había participado en la edición 2009 del Descenso del Sella. Solamente la atención y detalles del único camarero que atendía el comedor, deshaciéndose en disculpas al verse sobrepasado por la situación, nos dejó un agradable recuerdo de la horrible comida.
Al menos no llovió, y a ratos salió el sol. ¡Con qué poco nos conformamos!
Jesús Rodríguez Antuña, Oviedo
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