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El fin de la educación diferenciada en Asturias

18 de Abril del 2024 - Carolina Díaz Espina (Algete (Madrid))

Asisto desde la distancia con tristeza y estupor al fin de un modelo educativo liderado en exclusiva en Asturias por Fomento de Centros de Enseñanza. Como asturiana en la diáspora y antigua alumna de la primera promoción de Peñamayor, lamento profundamente que, por causa de la nefasta LOMLOE, tanto mi colegio como Los Robles desaparezcan tal y como los hemos vivido y conocido, con sus señas de identidad propias basadas en la educación católica, diferenciada, con el alumno y su familia en el centro.

Es curioso que esto suceda ahora, en un momento político, social y cultural donde la mujer es la gran protagonista de nuestro tiempo. Es paradójico que a la vez que celebramos días como la mujer y la niña en la ciencia, se dotan campañas con millones de euros de dinero público para atraer el talento femenino a las carreras STEAM (siglas en inglés de Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Artes y Matemáticas) o se hacen leyes de cuotas para conseguir la presencia igualitaria de hombres y mujeres en las listas electorales o en los órganos de dirección de las empresas, se prohíban de facto los espacios de aprendizaje y desarrollo para las niñas en las etapas más tempranas. Porque todos sabemos que, en materia educativa, lo que no se dota con fondos públicos se convierte en prácticamente inaccesible. Y todo esto se hace a espaldas de la evidencia científica y la experiencia real, con argumentos ideológicos sesgados y, por qué no decirlo, poco inteligentes. Digo poco inteligentes porque esta ley restrictiva y retrógrada en materia educativa invalida todo aquello que nos quieran contar sobre los sesgos de género a la hora de, por ejemplo, elegir carrera. O sobre las conductas sexuales, violentas y desordenadas que, por desgracia, están teniendo lugar en los centros escolares desde edades muy tempranas. Si queremos impulsar a la mujer en su carrera universitaria, así como en el inicio y desarrollo de su andadura laboral, no debemos tener miedo a reivindicar diferentes modelos educativos y espacios de aprendizaje distintos.

Como decía al comienzo, tuve el privilegio de estudiar durante mi infancia y adolescencia en el colegio Peñaubiña y acabar el Bachillerato formando parte de la primera promoción del colegio Peñamayor, fruto de la fusión del primero con el colegio de Gijón Valmayor. En mi caso, fue una absoluta suerte de la que estoy infinitamente agradecida a mi familia y a mis profesoras. Esas profesoras fuertes, valientes y exigentes que lucharon con su ejemplo y trabajo por mis compañeras y por mí, para que cada una fuéramos nuestra mejor versión; un elenco de maestras que nos impulsaron a convertirnos en las protagonistas de nuestra propia historia; las que ensancharon nuestro mundo para ser mujeres libres, valientes y fuertes como ellas, sin miedo al futuro porque nos estaban dando las herramientas humanas, materiales y espirituales para enfrentarnos a lo que viniera después. Las alumnas de los colegios Peñaubiña, Valmayor y Peñamayor podríamos tener defectos y carencias como todos, pero lo que nunca sufrimos fueron ni sesgos de género, ni victimismos. Sumado a esto, el entorno de trabajo y esfuerzo fueron un caldo de cultivo de competencia máxima pero bueno. ¿El resultado? Excelentes profesionales en ramas tan dispares como ingeniería industrial o de minas, medicina, enfermería, arquitectura, derecho y economía. De esta primera promoción también han salido estupendas compañeras entrenadoras, maestras de Educación Infantil y Primaria, editoras de moda, odontólogas e, incluso, políticas. Creo que lo que nos permitió elegir nuestro camino fueron las posibilidades que se pusieron ante nuestros ojos, así como el profundo sentido de libertad para elegir en base al interés y esfuerzo personal de cada una.

Cuando algo se acaba, por triste que sea, solo cabe hacer balance y, en este caso, agradecer. Vaya por delante que creo que Asturias pierde más de lo que gana. Pierde diversidad de modelos educativos, pierde vanguardia y pierde espacios de desarrollo plenos para niños y, especialmente, para las niñas. Hay generaciones enteras de asturianos que han pasado por estos colegios que son buenos profesionales y, sobre todo, buenas personas. En una Asturias donde mueren más de los que nacen y hay más perros que niños, es una gran pérdida y una señal más de que algo se muere en el Paraíso Natural. Quizá también haya que hacer autocrítica y tanto las empresas que promueven estos modelos educativos, las personas que en ellas trabajan, como los antiguos alumnos que han pasado por ellos no han (hemos) sabido explicar los beneficios del modelo, la base en la que se sustentan y crear así una corriente de opinión y legislación favorable para ellos. Pero eso ya es historia.

Por eso, solo me queda agradecer a esos padres valientes que, a finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, comenzaron Peñaubiña, Los Robles y, posteriormente, Valmayor; gracias por la valentía, esfuerzo y dedicación que os llevaron a traer aquí este modelo e impulsarlo. Todos esos padres se merecen el respeto, agradecimiento y admiración por sacar adelante el proyecto educativo; por supuesto, quiero dar un enorme gracias a ese claustro de maestras y profesoras que dedicaron sus vidas a que creciésemos y nos formásemos en libertad; gracias también a los capellanes, con un recuerdo muy especial a don Salvador Tejedor, que tanto hicieron por avivar el fuego de la fe en nuestras vidas, siendo algo que, a muchas, aún nos acompaña. Gracias también al personal no docente y de servicios, parte fundamental a la hora de construir la vida del colegio. Hoy Asturias es un poco más pequeña que ayer, pero siempre nos queda la esperanza en un mañana más ancho y más libre.

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