La encrucijada
La encontró en un cruce de caminos. Él iba corriendo como todos los días al amanecer. Ella estaba exhausta, abatida, respiraba con dificultad. Le preguntó: ¿De dónde vienes?. Ella no respondió. Se apoyó en su hombro y él la rodeó con su brazo protector. Su cara expresaba sufrimiento, dolor y cansancio. Las arrugas recorrían su frente. Sus ojos con miedo lo miraron y una lágrima se deslizó hasta el suelo.
Ella de joven anduvo picoteando con dos o tres pretendientes. No les hacía mucho caso, pero le gustaba que se pelearan por ella. Era un poco narcisista. Recorrió varios países. A lo largo de su vida mantuvo tres relaciones, pero ninguna salió bien. Sus parejas la abandonaron y sacó adelante a sus hijos con esfuerzo. Estos también la abandonaron y el “síndrome del nido vacío” se adueñó de su mente.
Él le ofreció agua que bebió con dificultad, pensó que estaría traumatizada por alguna mala experiencia, posiblemente un maltrato físico. Ella seguía sin abrir la boca. Él esperó pacientemente a que se calmara y animara. Le acarició la piel de su frente con un gesto protector. Ella lo miró agradecida y escondió su cabeza en el cálido brazo que la rodeaba.
Pasado un buen rato, ya más tranquila y con calor en su cuerpo la paloma abrió las alas e inició el vuelo.
Antes de perderse en el horizonte volvió la cabeza en señal de agradecimiento.
Por cierto, se llamaba Charly.
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