Médico ¿por vocación?
Al escribir esta carta no me mueve la ira, ni la rabia, ni siquiera el desazón que producen ciertas actuaciones de alguna que otra persona que nunca esperas que te fallen.
Me mueve tal vez la necesidad de desahogo, la necesidad de gritar fuerte por medio de la escritura: «No hay derecho»... Me refiero a lo que viví el 17 de noviembre. Ese día mi marido (víctima de un tumor abrasivo) entró en esa fase de sufrimiento en la que el cariño de su familia ya no le aliviaba el terrible dolor.
Desesperada, llamé a mi centro de salud (Las Vegas-Corvera). Eran las 18.30 de la tarde y le rogué al doctor que estaba de guardia que viniera a mi casa a ver a mi marido, pues los calmantes que yo le administraba no eran efectivos. Ese señor me contestó que no podía hacer nada al tratarse de un terminal... ¿Cómo? le pregunté... Al menos venga a verlo, a mirarle las constantes vitales, pues «yo le veo muy mal», le dije, o si no que acuda la unidad de cuidados paliativos, pero ese señor no sabía si existía realmente esa unidad. Me quitó del medio diciéndome que esperara hasta las 20.00 horas a ver si mejoraba (a esa hora se marchaba de la consulta). Pasé dos horas angustiada, impotente, viendo cómo el hombre de mi vida se iba sin recibir atención (a los perros se les alivia el sufrimiento, a mi marido no). A las 20.00 horas se me ocurrió llamar al 112, donde me trataron con humanidad. A las 21.15 horas una uvi móvil llegó a mi casa, le inyectaron un calmante. A las 21.45 horas mi marido falleció. Gracias al 112 por el trato que me dispensaron, gracias. No puedo decir lo mismo del doctor del centro de salud, que ni siquiera rogándole tuvo cinco minutos para visitar a mi marido. Espero que lea esta carta señor médico del Sespa y si no seguro que alguien te la comentará y te hará pensar..., y la próxima vez que alguien desesperado acuda a ti le dediques unos minutos (después de todo, te pagan por ello).
Ana María Martínez, Las Vegas (Corvera)
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