Ilusión
Eran las nueve de la mañana del pasado día 22 de diciembre, cuando entraba en un bar para tomarme un café. Acomodado ya en una mesa, la camarera se dirigió a mí y amablemente me dijo: «¿Qué le pongo?»; rápidamente le respondí: «Un descafeinado..., gracias».
De vuelta y con la consumición me comentaba: «A ver si hay suerte... y nos hacemos millonarios... o, por lo menos, nos toca un pellizquito»; en ese instante se me iluminó la cara y la percepción de todo lo que me rodeaba cambió por completo (inexplicablemente no recordaba que el tan esperado sorteo se celebraba ese día), la miré, por tanto, un poco sorprendido y asintiendo con la cabeza le dije: «Ya podía... ya».
En ese preciso instante comenzó a llegar gente y una sensación extraña se adueñó de la atmósfera; por una vez en muchos meses no se hablaba de la crisis ni tampoco del paro y, por supuesto, nadie se acordaba del señor Zapatero ni de ninguno de sus familiares; los presentes mirábamos la televisión con los ojos como platos, se oían conversaciones de fondo... «si me toca me compro un piso y un coche»... «adiós a la hipoteca», clamaba un joven... incluso algún osado insinuó no volver a trabajar.
Era un ambiente cordial, todo el mundo estaba ilusionado y, ¡qué demonios!, no les voy a negar que yo, aún escéptico, también me dejé llevar por la ilusión e incluso hice alguna que otra cábala.
Es increíble cómo a veces la simple ilusión puede hacernos olvidar por un momento todo aquello que nos atormenta (o al menos atenuar esa sensación), soñar incluso con una vida mejor de la que tenemos, aunque no sean más que castillos en el aire; la verdad, no sé si realmente el dinero da la felicidad o, como dicen algunos, «... por lo menos ayuda...»; desconozco, por supuesto, si alguna de las personas que me acompañaban en aquel bar fueron agraciadas con algún premio; pero lo que me atrevo a aventurar es que durante unas horas fueron un poco más felices y dejaron sus pesares a un lado.
En cuanto a mí, al igual que el día 21, sigo con mis preocupaciones intactas, no le puedo dar gracias a la Lotería Nacional de haberme solucionado la vida, ni siquiera de pellizcarme, pero sí de haberme hecho sentir mejor durante unas horas.
Para concluir, decirles desde estas líneas que, si no los visitó la diosa fortuna (como se suele decir), espero que se hayan sentido por un instante como yo me he sentido.
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