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En recuerdo de mi padre, Tomás Recio

10 de Enero del 2011 - Mª Belén Recio Muñiz (Noreña)

El pasado día 7 de enero, a las 18.30 horas, se celebró en la Iglesia Parroquial del Sagrado Corazón de María de Oviedo una misa funeral con motivo del primer aniversario de la muerte de mi padre, Tomás de la A. Recio García. Como él dejó escrito que era su deseo, celebramos su funeral con la mayor solemnidad posible, pero, sobre todo, con el mayor afecto de los allí reunidos hacia su persona.

Al hablar de mi padre, aunque sólo sea a través de unos breves comentarios, me resulta imposible no hacerlo también de mi madre, Serafina Muñiz, “Nena”, fallecida hace más de 10 años, con la que estuvo unida a lo largo de casi 50 años y con la que formó una extensa familia de 9 hijos y muchos nietos.

Ambos compartían una gran capacidad de esfuerzo e ilusión por cuantas tareas se proponían, un gran amor a la familia, a la cual dedicaron toda su vida, y, lo que es más importante, ambos nos dejaron el testimonio de su fe inquebrantable hasta el último día de sus vidas.

Uno de mis recuerdos más entrañables es el de escuchar a mis padres, una vez que los hijos ya estábamos en la cama y había, por tanto, un poco de tranquilidad en la casa, el rezo del rosario dirigido por Tomás con el niño más chiquitín en brazos paseando por el pasillo, mientras mi madre le contestaba a la vez que realizaba las últimas tareas domésticas del día.

Ambos, cuando la ocasión se lo permitió, fueron miembros de la Adoración Nocturna y fueron siempre personas cercanas y colaboradoras de su parroquia, por cuyos sacerdotes sintieron siempre gran afecto y aprecio.

Mi padre nunca olvidó sus humildes orígenes, la pobreza de sus familiares y vecinos de su pequeño pueblo soriano, y tal vez por este motivó gustó especialmente de ayudar a quienes lo necesitaban a través de su participación, durante muchos años y hasta su muerte, en la sociedad de San Vicente de Paúl.

En una ocasión en que escuchó una crítica, poco caritativa a su juicio, dirigida hacia algún necesitado, dijo así, manifestando lo que acabo de señalar: "Es que queremos que, además de ser pobres, sean también honrados… "

Mi padre fue un hombre amante de su trabajo como catedrático de Latín, en el que destacó por su competencia y al que dedicó con enorme satisfacción personal y éxito muchas horas de su vida, siendo en esta faceta otro gran ejemplo para todos.

Él tenía una "receta" para salir adelante en las dificultades de la vida, a veces verdaderamente importantes, y ésta consistía en practicar dos virtudes: paciencia y perdón, y así nos lo aconsejaba en ocasiones.

Los últimos años de su vida fueron especialmente difíciles. Lo avanzado de su edad y las muchas complicaciones de salud le dejaron a él, antes tan activo, independiente y autónomo, a merced de las atenciones y cuidados de los demás para vivir.

Fue entonces, en la soledad de la enfermedad, cuando mi padre y yo hicimos de la Cruz nuestra aliada y nos encomendábamos con oraciones y todas nuestras fuerzas al Sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen. Siempre encontramos, tras nuestras peticiones de fe y esperanza, el consuelo necesario y sentimos la presencia de Jesús entre nosotros.

Ojalá mis padres, Tomás y Nena, sigan pidiendo ahora por todos nosotros para que también nuestras vidas puedan ser, siguiendo el ejemplo de ellos, motivo de orgullo y alegría para los que nos rodean.

Aprovecho este momento para agradecer de corazón, en nombre de mis hermanos y en el mío propio, a las personas que ese día 7 de enero nos acompañaron personalmente en la iglesia, a cuantos lo hicieron también desde la distancia y a todos los que siempre recuerdan a mis padres con afecto.

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