Las autonomías y sus consecuencias
La transición fue un gran logro, y ella fue posible porque todos los partidos políticos, aparcando sus ideologías y diferencias, hicieron causa común para poder iniciar un nuevo rumbo político y constitucional. Pero luego se cometió la equivocación de debatir y aprobar las autonomías, con sus correspondientes gobiernos, cuando de lo que se trataba y procedía era una descentralización administrativa del Estado. Nada más. Y comenzando por el Gobierno de Suárez, presionado por el nacionalismo que iba a lo suyo, se trasvasaron competencias y se hicieron concesiones que eran privativas del Gobierno central, como la Sanidad, Educación, etcétera. Y en los casos de ese nacionalismo –vasco y catalán– del que es hoy cautiva España; hasta se les concedió tener una Policía autonómica, cuando la seguridad estaba garantizada con la Guardia Civil y Policía Nacional, las cuales, vergonzosamente, cuentan con retribuciones muy inferiores a las de aquellas policías. Vergonzoso, sí.
Todos los gobiernos, sobre todo el actual, se excedieron en concesiones y transferencias a las comunidades autónomas –algunas ya se definen como países o naciones–, pasándose por la entrepierna cuanto al respecto determina la Constitución. Un ejemplo nada más: el polémico Estatuto catalán, que es ilegal y una discriminación muy injusta, vejatoria, con las demás autonomías que, como la nuestra, somos los pobretones en el concierto comunitario, que es más bien un «desconcierto». Bueno, en realidad, todo es un desconcierto nacional y una verdadera chapuza.
Así vemos que, con tantas concesiones, atribuciones y «regalos», el despilfarro y derroche de los gobiernos autonómicos ha sido tremendo, como su endeudamiento. Y de todo este desmadre dilapidador, la crisis nos está pasando factura ahora, cuyas consecuencias, como siempre, las está pagando el pueblo llano. Y éste, indefenso, desolado, es el que padece y sufre la metástasis de esos diecisiete cánceres que tiene España, desahuciada y en fase terminal ya políticamente.
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