A mi madre
En la distancia, el amor se convierte en una luz que atraviesa fronteras y mares. Mi madre, esa figura omnipresente en mis recuerdos, es el abrazo cálido que aún siento en los días fríos, el refugio seguro cuando necesito abrigo y la risa que resuena en mis alegrías.
Madre, han pasado años desde que te vi por última vez. Años desde que tu presencia física dejó de ser parte de mi cotidianidad, pero no así tu esencia. Extraño esos regresos a casa, donde tu alegría era el mejor recibimiento, mientras me preguntabas qué tal me había ido en el día. Extraño tus consejos, esos que, aunque parecían simples, me sostenían y daban fuerza para seguir adelante.
Madre, eres la mujer que, aun en la distancia, celebras cada uno de mis triunfos como si fueran tuyos, quien ha sacrificado su tiempo, sus sueños y sus deseos para verme florecer. Eres sinónimo de amor incondicional, de una paciencia que parece no tener fin y de una fuerza capaz de mover montañas.
Gracias por darme la vida y por enseñarme a vivirla con gratitud y dignidad. Gracias por enseñarme a caminar, a leer y a soñar. Gracias, madre, por tu amor incondicional y por ser mi guía, incluso cuando estás a miles de kilómetros de distancia. Tu amor sigue y seguirá siendo el motor que impulsa mi vida. Desde el fondo de mi corazón, gracias madre.
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