Sofía: el amor me mantiene viva
El amor es un sentimiento tan importante que puede ser entendido como la compensación a la muerte del individuo. Como me decía Sofía, de 89 años, “pensar en el amor, en la comprensión y ser útil a los demás es muy bueno, me da una gran satisfacción interna”. El amor casi no se puede definir, es maleable como el agua y flexible como el viento; el amor son los momentos vividos y experimentados intensamente. John Lennon cantó maravillosamente al amor “Oh My Love”. Además, como dice Dostoievski, “quien ama, no necesita ser feliz”. Sofía se vuelve a enamorar de esas arrugas y de esas pequeñas manos llenas de afecto. Como dice ella, el amor está en el aire, en el susurro de un arroyo, en la suave brisa, en la hierba, en la noche estrellada, en el estruendo del mar. “Love Story” fue una de las películas que nos hizo sentir el amor; en la película, hay una frase lapidaria: “Amor significa no tener que decir nunca lo siento”. No obstante, hay que decir que el amor en el contexto actual se resiente notablemente; en una sociedad consumista, en la que todo se reduce a tiempo y dinero, con pasiones egocéntricas, envidia y miedo, con tendencia a la inmediata satisfacción del deseo y que propicia las relaciones de pareja tan intensas como fugaces a través de internet, no existe un contexto sociocultural ideal para el surgimiento del amor. Ciertamente, el hedonismo nos aleja del amor y nos sitúa en un contexto de placer y goce ininterrumpido. Y el narcisismo nos presenta al ser humano centrado en sí mismo, en un individualismo atroz incompatible con el amor, desprovisto de valores morales y sociales, emancipado de cualquier noción trascendente. Un escenario de consumismo, hedonismo, permisividad y relativismo que nos aleja del amor. Sin embargo, en la novela “El amor en los tiempos del cólera”, de Gabriel García Márquez, se explica que el amor perdura toda la vida.
Sumario: Un ejemplo vital de 89 años del que aprender en estos tiempos de consumismo, hedonismo y relativismo
Destacado: El amor se constituye en el fármaco más potente del envejecimiento saludable y feliz y, por supuesto, mantiene nuestro cerebro de forma activa
El amor de Sofía y el privilegio de estar viva
El amor es el único tesoro que se multiplica al dividirlo; así como también la música da alma a la vida, alas a la mente, vuelo a la imaginación, consuelo a la tristeza y vida y alegría a todas las cosas. Por ello, es el fármaco esencial para escapar de la agonía, de la angustia, de la soledad, del vacío existencial y de la tristeza. Además, nos inunda de emociones positivas que influyen en la ritmicidad del corazón y, en general, en todas las funciones implícitas a la corteza cerebral; refuerza el sistema inmune, protegiendo la capacidad de regenerar los trescientos billones de células que cambiamos cada 24 horas. Y juega un papel esencial la oxitocina, que es la hormona de la confianza, de la seguridad y de la estabilidad; para mantenerse en concentraciones adecuadas, la química del amor ha de renovarse día a día, tal y como podemos contemplar en muchas parejas, independientemente de la edad, donde la caricia y la sensibilidad se constituyen en los elementos esenciales del lenguaje del amor. Como, me comentaba Sofía de 89 años, es un privilegio estar viva, aunque el rostro exhiba los síntomas típicos del envejecimiento de la piel, como la tirantez, la sequedad, las arrugas, la flacidez y las manchas. Aun así, el amor puede apresar la belleza de la vida que permanece intacta, a pesar de las arrugas. El amor en la vejez se mantiene como Cupido, que logró mantenerse a salvo y heredó el valor de su padre y la gracia de su madre. Por eso Venus le regaló un arco de oro con sus flechas de oro para conseguir el amor. El amor se constituye en el fármaco más potente del envejecimiento saludable y feliz y, por supuesto, mantiene nuestro cerebro de forma activa. Nos estimula y nos ayuda a continuar confiando en el “otro”; nos protege de la angustia, de la depresión y, al mismo tiempo, es un mecanismo protector frente a la agresión de los conflictos de la vida. Pero el amor sólo puede ser duradero y estable cuando los dos amantes coinciden en un proyecto existencial que los une; pero, incluso cuando es estable, está siempre amenazado y expuesto a quebrarse, porque el amor es una arquitectura psicológica, afectiva y emocional muy lábil. Es incompatible con el egoísmo; es como el agua y el aceite; es imposible que se mezclen. Por eso el amor no anida cuando la pareja tiene un compromiso artificial, cuando es una simbiosis de egoísmos. Paradójicamente, es capaz de florecer en medio de decepciones, del sufrimiento y del dolor. El amor de verdad es el que se vive para dar, para entregarse al otro, a los demás. La clave de la felicidad y el bienestar para el ser humano es amar; cuanto más amor existe hay más humanización. El amor es la mayor riqueza que podemos disponer, el mejor activo para nuestra salud, la fórmula ideal para nuestra autoestima; tal vez el mejor complejo vitamínico que previene el envejecimiento patológico y que impide la destrucción y muerte celular; el único sentimiento que es capaz de vencer a la muerte. Durante mucho tiempo, se pensaba que el amor en la vejez era algo censurable, pernicioso, vergonzoso y ridículo. Un estereotipo muy negativo respecto al amor en la vejez que se ha mantenido durante muchos años: “turpe senilis amor”, decía el gran poeta Ovidio. El amor verdadero es una dimensión esencial de la espiritualidad, es decir, trasciende lo material, la inmediatez, el utilitarismo y el hedonismo. El amor no es solo placer, pasión, deseo, sino también compromiso y está por encima de todo; tal vez lo único que perseguimos de verdad a lo largo de la vida. Por eso, Sofía me insistía: “El amor me mantiene viva”. Sofía valora el amor y la grandeza de espíritu; destaca por su fuerza interior, no por su belleza; después de muchos duelos, unidos a su edad, lo que de verdad le llena de vida es el amor; para ella las arrugas son bellas, se adhieren y acompañan a nuestra sabiduría. Solo a través del amor, podemos salir del laberinto del sufrimiento y acariciar la felicidad durante el proceso de envejecimiento. El amor no es silencio, es profunda comunicación, complicidad, entrega, intuición, dedicación, comprensión y ternura, ¡mucha ternura! Con el amor como divisa de nuestra vida, no hay lugar para la decepción o la desesperanza cotidiana. Amor es dar, facilitar siempre, sin medida; es procurar compañía, regalar tiempo, comunicación, escucha, dedicación, paciencia y cariño. En fin, el amor como la verdad, está siempre en el tiempo, tras la provisionalidad del presente. Forma parte de la acción y del espíritu humano, es la clave de nuestra existencia y es el elixir primordial de lo que da sentido a nuestra vida. Hay que cambiar los psicofármacos por un poco amor porque es fuente de juventud y su falta causa de envejecimiento patológico. Me expresa finalmente Sofía: “El amor es como la sangre que acude a las heridas sin llamarle”. Es recomendable automedicarnos con una buena dosis de amor para vivir sanos y alegres. Me despido con un “¡Gracias, Sofía! ¡No podemos vivir sin amor!”.
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