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Sin respeto al prójimo no hay democracia

11 de Mayo del 2024 - José María Casielles Aguadé

Como sincero y leal admirador de los grandes pensadores de la Historia, Lao-­Tsé, Confucio, Buda, Jesucristo y Aristóteles, estoy totalmente convencido del enunciado de esta modesta colaboración informativa.

Aristóteles, sabiamente inspirado en brillantes filósofos orientales, deja muy claro en su obra "La política" que existen dos formas alternativas de gobierno aceptables: la Monarquía, presidida por el ejemplo de una persona de mérito excepcional probado y transmisible hereditariamente; y la República, basada en la variedad de criterios populares, que por contrastaciones racionales se deben moderar y equilibrar. Ambas son válidas, si no se disparan abusivamente al absolutismo y la demagogia respectivamente (Luis XIV y Napoleón).

Sumario: La crisis de la educación en las sociedades progresistas y, por ende, de la democracia

Destacado: El respeto al prójimo se adquiere por la "educación", virtud humana que se siembra y cultiva esencialmente en el ámbito familiar, y más en concreto por la fantástica figura de la madre

El respeto al prójimo (sinónimo: próximo) se adquiere por la "educación", virtud humana que se siembra y cultiva esencialmente en el ámbito familiar, y más en concreto por la fantástica figura de la madre, volcada históricamente en todas las culturas en la atención y protección de los niños y ancianos. La obvia crisis de la educación actual está en buena parte determinada por la pérdida o disminución de este dirigismo ejemplar en muchas sociedades autodenominadas progresistas.

Declaro terminantemente: "Sin educación y respeto a los demás no hay democracia". No es una simple concesión al criterio superior de Aristóteles. Está firmemente respaldada en lo legal por el artículo sexto de la Constitución española, que en su último párrafo postula: "Los partidos políticos han de tener un fundamento democrático". Faltar a este requisito de un capítulo preliminar, esencial de la Constitución, supone la negación radical de su carácter democrático. Otro criterio básico de cualquier democracia es la dialéctica parlamentaria, reiteradamente vulnerada y que exige -sin paliativos- escuchar respetuosamente y tratar de convencer al adversario (que no enemigo). "Dame tus criterios y razones y yo te ofreceré los míos". Lo que hay que aportar en una democracia (que ha de ser por esencia alternante) son "razones ponderadas", y no "pasiones convulsivas". Las pasiones se reconocen inmediatamente por su presentación en "aspavientos" o pataletas, carentes de paciencia y ponderación. La Real Academia Española de la Lengua (RAE) las define como demostraciones aparatosas y exageradas de un sentimiento, y propone como sinonimias "exageración" y "gesticulación desaforada".

Otros criterios básicos de democracia son el reconocimiento de la "alternancia de poderes" y la "ecuanimidad". La alternancia se basa en la normalidad de los cambios de gobierno, acordes con las opiniones variables de los ciudadanos, manifestadas en los resultados de las elecciones; es decir, el Gobierno no es eterno. También ha de admitirse que los partidos políticos deben aceptar que "las reglas del juego" han de ser comunes para todos. No hay lugar para la excepcionalidad cuando se está en "la butaca". Esta norma tiene una justificación de generalidad. En un momento histórico para cada país: el Gobierno es uno; pero ha de proceder equitativamente con todos los ciudadanos: amigos o adversarios, que si bien pueden intentar participar al margen de la ley, habrán sido previamente filtrados por la legislación vigente que habitualmente está representada por el Ministerio del Interior, si este cumple objetivamente con sus funciones. Sentados y reconocidos estos principios, no se entienden bien las alborotadas manifestaciones de "algarabía" de días pasados, porque volviendo al ponderado criterio de la RAE, la palabra "algarabía", de evidente etimología árabe, como ya anuncia su sílaba inicial, significa griterío producido por varias personas que hablan al mismo tiempo con lenguaje incomprensible; vocerío, alboroto. Todas estas palabras convergen en una actitud ineducada y desafortunada, manifiestamente incompatible con la corrección y el buen gusto que, desafortunadamente, se ha contagiado con frecuencia a los debates de radio y televisión que padecemos en los últimos tiempos. Hemos de esforzarnos, pues, en recuperar un clima positivo de paciencia y corrección que se traduzca en una convivencia más razonable y grata para todos.

¿Y quiénes han de vigilar y arbitrar objetivamente esas actitudes? ­Obviamente, los jueces y los periodistas. Como ya decía Lao-Tsé hace más de dos mil quinientos años, sigamos por el camino recto.

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