Viruta, viruta...
El 10 de mayo de 2024 se cumplieron 70 años de la primera visita de la reina Isabel II de Inglaterra a Gibraltar.
La visita soliviantó al Gobierno de Franco, que lo tomó como una afrenta ya que consideraba el Peñón territorio español, haciendo caso omiso de que por el Tratado de Utrech, firmado el 13 de julio de 1713, era de la Corona británica.
Como consecuencia, los falangistas recorrieron los colegios mayores, residencias y la Ciudad Universitaria exhortando a los estudiantes a manifestarse el día 10 ante la Embajada británica.
El eslogan era muy pegadizo.
A las 11 de la mañana la Embajada estaba bloqueada, no podía entrar ni salir nadie. Entonces Rafael Hierro Martínez, director general de Seguridad, telefoneó al embajador y le preguntó si quería que le enviara más guardias; este, con humor inglés, le contestó.
Como era lógico tratándose de jóvenes, la cosa se desmandó, y la Policía a caballo, con sus capotes grises, vergajo en mano, galopaba por el paseo de la Castellana apaleando a cuanto mozo veía.
Yo llevaba ya en Madrid cuatro meses, pero por residir en una pensión no fui "invitado".
Por la tarde, cuando fui a la Academia FEM, mis compañeros me informaron de lo que había pasado por la mañana. Nos reímos mucho cuando Falo, un compañero gijonés, nos contó que había llevado una bandera española y cuando los grises empezaron a "dar cera" se la enrolló al cuerpo y a una columna del alumbrado; evidentemente, ningún policía osó fustigar la bandera.
También me contaron que para la mañana siguiente los apaleados habían convocado una manifestación en Sol, frente a la Dirección General de Seguridad. Y a esa sí que fui.
Empezaron los gritos, y para nuestra sorpresa no aparecieron los grises.
Había allí una de las rancheras que usaba el No-Do, esas gigantescas camionetas made in USA que tenían la carrocería forrada de madera y cuyo tamaño permitía que en su techo se pudiera colocar la cámara y el equipo de grabación del locutor. Alguno de los manifestantes se apercibió de ello y empezó a gritar: hay que volcarla porque si les dejamos que filmen dirán que nos manifestamos contra la visita de Isabel II. Se volcó.
Luego caminamos por la calle Preciados hacia Callao. Entonces en Preciados muchos pisos altos estaban utilizados como peluquerías de señoras y otros como talleres de confección de ropa femenina; al oír el tumulto, las peluqueras y las modistillas salieron a los balcones para conocer qué ocurría y, al ver que éramos los estudiantes, nos empezaron a aplaudir y a vitorear, y nosotros desfilábamos pavoneándonos como héroes.
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