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Unidos los tres obispos

13 de Febrero del 2009 - Luis García García (Oviedo)

No hay persona tan buena que no tenga sus límites, defectos e, incluso, pecados al menos veniales a no ser por un privilegio especial de Dios (como nos consta que fue concedido a la Virgen sin mancha).

Ni hay persona tan mala que no tenga algo de bueno, como atestigua toda madre cuando se trata de su propio hijo o hija.

Por eso me sorprendió desagradablemente el juicio tan negativo acerca del Arzobispo D. Carlos publicado el 31 del pasado enero en LA NUEVA ESPAÑA. No veo que le reconozcan limpiamente ninguna cualidad positiva. Hasta echan a mala parte su innegable y agotadora laboriosidad.

E incluso no asienten del todo a lo del Año Santo de la Cruz, a pesar del buen rendimiento pastoral que ha dado, aunque sólo sea por la importante cantidad de fieles que con ocasión del mismo se ha reconciliado con Dios mediante el sacramento de la penitencia.

Menos mal que el que juzgará a D. Carlos y a todos y cada uno de los hombres es Dios y no los hombres. Y el juicio de Dios es exigente, pero, al mismo tiempo, verdadero, justo y proclive a la misericordia de la que tanto necesitamos todos.

Para quitar el mal sabor de boca que me dejó dicho artículo contra don Carlos, me gustaría rememorar una experiencia reciente. Fue la alegría que me había producido tres días antes, el 28, fiesta de Santo Tomás de Aquino, la celebración de la misa en la iglesia Mayor del Seminario con las obras terminadas: con la pintura total de la iglesia... y, sobre todo, la bendición de un grande y espléndido sagrario presidiendo el centro del presbiterio. Al final, ante el Santísimo hemos cantado unánimes el tomasiano himno eucarístico «Adoro te devote, latens Deitas».

Luego siguieron en el Aula Magna las dos conferencias, y los diplomas correspondientes que se fueron entregando por don Carlos, o también por don Gabino o don Raúl tras pasar previamente por manos de don Carlos, que es el Arzobispo: en la Iglesia también hay un orden de precedencia de gobierno que se suele tener en cuenta.

Refiero esto, porque, a Dios gracias, entre los tres obispos se notaba un clima de concordia que resulta edificante. De hecho, hace años, el día de San Juan de Ávila también estaban presentes los tres obispos en Covadonga, y al volver de allá me comentaba un compañero edificado: «Esta armonía sólo se ve en la Iglesia».

Al terminar de sus siete años en Asturias como Arzobispo, permítame, don Carlos, darle las gracias por su admirable laboriosidad, por su acogedora cercanía y por su patente devoción al Santísimo y a la Virgen de Covadonga...

Finalmente, pidámosle al Señor y a la Madre de todos que nos comprendamos y unamos más, según la norma de San Agustín: «In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas» («En lo necesario unidad, en lo dudoso libertad, y en todo caridad»).

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