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Sin fortalezas ni valores

13 de Mayo del 2024 - Cecilia Busto (Avilés)

Siempre he admirado y respetado la grandísima labor que realizan los profesionales de cualquier sector realmente preparados y cualificados, que buscan siempre dar lo mejor de sí mismos y aprender de todo lo que la vida ofrece; pero, sobre todo, admiro a quienes, por encima de su profesionalidad, demuestran ser grandes personas. Mi gratitud es absoluta cuando hay una persona que, trabajando cara al público, te corresponde con el respeto, la amabilidad y la cordialidad con los que tú la tratas.

Sin embargo, hay personas que, dedicándose a ofrecer servicios a otras, no manifiestan este mismo comportamiento. Esta posibilidad, que debo admitir que me irrita, me hace preguntarme qué está fallando en este sistema para que cada vez predominen en esta sociedad más seres sin fortalezas (como la gratitud o la resiliencia) o valores (como la empatía, el respeto o la solidaridad), y siempre llego a la misma conclusión: ausencia de educación en valores y fortalezas. Así puedo observar que, en esta variopinta sociedad en la que vivo, hay profesionales de la salud con expedientes excelentes que no saben tratar bien a un enfermo (en lo que a modales se refiere); aspirantes a profesores con brillantes conocimientos y mentes privilegiadas que realmente no saben tratar al público más joven ni trabajar en equipo con sus compañeros, y administrativos que, independientemente de las leyes que se sepan, dedican prepotentes miradas y palabras a quienes no sabemos cómo proceder cuando hay que llevar a cabo un determinado trámite. Estos casos (que, por desgracia, son cada vez más abundantes) me hacen pensar en la pobreza del sistema educativo español, que, en mi opinión, da excesiva importancia a los conocimientos y a las calificaciones, mientras que la calidad humana queda relegada a un nefasto segundo plano y, en la mayoría de ocasiones, incluso brilla por su ausencia. Estas observaciones, afortunadamente, no se aplican a la totalidad, pero sí a una gran parte de sociedad, y creo que debemos ser conscientes de este problema.

En Educación, sector en el que aspiro a ocupar un puesto de trabajo, el sistema de concurso por oposición solo se limita, en mi opinión, a sobreestimar la excelencia académica y el estudio frente a otras destrezas (por ejemplo, el trabajo que realiza el profesor en su día a día en el aula, su trato con los alumnos...). Es indiscutible que el trabajo académico duro y la buena formación deben ser premiados, pero en la docencia hay otros aspectos que también sería conveniente evaluar para contribuir a crear una auténtica educación de calidad. Para mí, la clave de la educación está en combinar el conocimiento y la importancia de ser, ante todo, humanos: personas que a lo largo de la vida establecen objetivos y pueden obtener logros y recompensas; pero también pueden sufrir pérdidas o reveses de los que es necesario sobreponerse. Así, cada vez es más frecuente que haya personas menos tolerantes a la frustración, menos agradecidas, menos empáticas y mucho más egoístas, incívicas e insolidarias.

Si bien creo que los profesores somos un pilar fundamental en la educación y la formación de las nuevas generaciones, tampoco somos el único eje sobre el que esta se sustenta: el alumnado y las familias también deben formar parte de ella de forma activa. Últimamente, los profesores estamos injustamente infravalorados debido a diversas creencias populares y, como consecuencia, ejercemos menos autoridad y sufrimos más faltas de respeto por parte de nuestros alumnos (que, en algunos casos, llegan a ser agresiones verbales o físicas). Sin embargo, lo que la sociedad pasa por alto es que en la enseñanza hay tres elementos fundamentales: el profesorado, el alumnado y las familias, y de estas últimas depende, en una gran parte, la actitud habitual de sus hijos en público.

La educación, por lo tanto, debe combinar conocimientos y valores humanos. Teniendo en cuenta esta idea y añadiendo que es una cuestión que implica a toda la sociedad, podremos contribuir a mejorar la calidad de nuestro sistema educativo y a formar mejores ciudadanos cívicos, más sanos y con más criterio propio.

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