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Cosas de la publicidad

14 de Mayo del 2024 - Javier Cortiñas González (Villaviciosa)

No es nada nuevo recordar que la publicidad nos adula porque presenta productos o servicios capaces de colmar aquellas necesidades, ilusiones y sueños que nos forjamos y, por consiguiente, deseamos admitir como ciertas, asumiendo que nos las va a proporcionar.

Y, así, hábilmente la adecuan a las necesidades que tenemos según el género, la edad, el poder adquisitivo o las preocupaciones y asuntos que suscitan el momento actual: el calentamiento global, la generación de energía, etc., haciendo uso de la imagen, el sonido y el texto.

Es interesante observar las diferencias en publicidad de las cadenas de televisión derivada de sus estudios de audiencia. En un canal aparece una familia feliz de clase media alrededor de la mesa comiendo una rebanada de pan con una supuesta loncha de jamón de york con una hoja de perejil y medio tomate enano con tal cara de felicidad que dudo si vale la pena el esfuerzo que hacen los cocineros que aspiran a una estrella Michelin. Y no digo nada de la que presenta a unos jóvenes en pleno éxtasis comiéndose una hamburguesa. No hay mayor felicidad en esta tierra. O el anuncio de un coche donde no sabes si lo que te ofrecen es una nave intergaláctica disfrazada que te lleva a inauditos parajes, ciudades de ensueño donde no existen preocupaciones, o gozar del mismo éxtasis que los que se zampan una hamburguesa, por el simple hecho de conducirlos.

Pero la que más me sorprende es la publicidad que muestra una cadena de televisión ciertamente orientada a la clientela denominada de la tercera edad o, de forma más sofisticada, de juventud acumulada, antes conocida de manera cariñosa: carrozas, retablos, momias o abuelitos, a la que la publicidad mima con atención. Cuya característica más importante es ofrecernos todo tipo de artilugios motorizados orientados a estimular el ejercicio físico sin necesidad de tener que ir a gimnasios ni parques, realizado en el cuarto de estar incluso viendo tus programas favoritos en la televisión, capaces de devolvernos la agilidad y el vigor físico de cuando éramos mozalbetes. Entre estos, se encuentran los que incorporan unas pequeñas plataformas a modo de pedales. De modo que se puede lograr un efecto de realidad aumentada, de tal manera que, si uno está viendo la etapa de la subida al Col del Tourmalet del Tour de Francia o el ascenso al alto del Angliru, puede graduar la velocidad del pedaleo para sumarse a los ciclistas del pelotón que va sudando la gota gorda, o, si está en medio de una película de Oeste, ante el ataque de los indios, se puede imaginar ser uno más de los granjeros que salen huyendo, aumentando la velocidad de las pedaladas mientras permanece sentado en su butaca preferida. No falta tampoco la modalidad de plataformas vibratorias donde basta con apoyar los pies para que todo el conjunto de las extremidades inferiores se vea sometido a indecibles estremecimientos y temblores ideados para estimular el riego sanguíneo. Por más que uno pueda imaginarse que tales temblores terminen propagándose por todo el cuerpo hasta llegar al previsible castañeteo de dientes y acabe en frenéticos paroxismos, si no se usa con precaución. Existe una versión que ofrece una esterilla dotada de vibración y calor pensada para relajar la musculatura lumbar y la cervical. Pero reconozco que, al ver la simulación de su funcionamiento con las ondas radiantes en rojo acompañadas de movimientos vibratorios, mi imaginación se dispara y ve a otro colega de San Lorenzo asándose en la parrilla, como dice la tradición. Por no hablar de las ya conocidas pistas rodantes, antiguamente más parecidas a portaaviones, ahora multiplegables, que se pueden guardar hasta en el frigorífico si hiciese falta, dotadas con programas de estimulación de voz para animarte a correr o con grabaciones sonoras de estampidas de bisontes o de los encierros de San Fermín, donde al oír el chupinazo y los primeros cencerros de los cabestros te deslizas por el tapiz dichoso como alma que lleva el diablo. Tampoco falta en la oferta el sillón plegable, en el que se puede dormir, estar sentado o que incluso te ayuda a incorporarte.

No se puede objetar la buena voluntad de quienes se dedican a poner en el mercado tales equipos pensados para facilitar la vida atendiendo a cubrir las necesidades para las cuales han sido diseñadas. Sin embargo, en esta era donde prolifera el uso de los mandos electrónicos para hacer funcionar todo tipo de aparatos -mucho me temo que ya habrá salido o a punto de salir al mercado el dosificador personalizado de papel higiénico con su mando correspondiente, por supuesto-, conviene tener en cuenta los posibles riesgos que comporta el uso inadecuado de tales mandos, posiblemente motivado por no ver bien los números u otros símbolos, colores, etc., o no entender su funcionalidad, a pesar de venir documentados con instrucciones de uso. Al parecer, se están recogiendo multitud de reclamaciones en las oficinas de Atención al Consumidor. Entre ellas, la aparición de esguinces, torceduras, agujetas permanentes, sofocos, palpitaciones, vahídos, desmayos, síncopes, desajustes de dentaduras, caídas de pendientes, roturas de gafas o incluso llegar a sufrir de tics nerviosos como secuela de haber estado sometido a un episodio desafortunado con uno de estos chismes. Tics que suelen reproducirse por el mero hecho de ver utilizar el mando de la tele. Las hay que refieren quemaduras similares a las que presentan los bistecs a la plancha e incluso se citan, en el caso de las butacas extensibles, atrapamientos o salir despedidos, más bien eyectados, contra la televisión como un piloto de un avión caza cuando activa su mecanismo de expulsión.

Hay ofertas publicitarias de largo metraje, como la película de "Ben-Hur", destinadas a ofrecer relojes o joyas del tal brillo que sobrepasan los límites de quilates permitidos en oro y piedras preciosas, semipreciosas y de las otras -las más- que harían sombra a la joyería de la Maharaní de Kapurthala si aún viviera. Objetos de los que, advierten, se dispone de un número limitado de unidades, para que los adquieras ya, si no quieres quedarte sin ellos; pero que si los compras te regalan, además de una manta jerezana, un tresillo de piel de cabra montesa de Gredos y un juego de sartenes fabricadas con metales extraterrestres capaces de freír sin aceite, sin aire e incluso sin ningún aporte calorífico. Eso sí, te advierten que se pueden pagar en cómodos plazos, pero no durante cuántos siglos; deuda que dejarás hasta la tercera o cuarta generación de tus descendientes, de los que oirás sus maldiciones en arameo dirigidas a tu persona durante todo el tiempo que tarden en liquidarla.

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