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De orgullo patrio y otras necedades

12 de Enero del 2011 - Luciano Hevia Noriega (Barcelona)

Soy persona poco dada a patriotismos y banderas. Me adhiero gustoso al aserto del Doctor Samuel Johnson por el cual consideraba que el patriotismo es el último refugio de los canallas y mi opinión acerca de las banderas no va más allá de considerarlas trapos de colores en nombre de la cuales se han cometido las más injustificables barbaridades, lo que no es óbice para que, pese a ello, tenga mis filias y mis fobias (respecto a las banderas, no a las atrocidades).

Por eso mi sorpresa es grande cuando un prohombre de la nación como el señor Francisco Álvarez-Cascos se muestra dispuesto a encabezar un gran movimiento social conducente a recuperar el orgullo de ser asturiano. Conmigo no cuente, señor Cascos, y le voy a explicar las razones (sÓlo unas pocas) aprovechando el espacio que tan amablemente me cede este medio.

No va a contar con mi apoyo para tan ardua tarea porque algunos nunca hemos perdido el orgullo de ser asturianos por muy de punta que fueran los chuzos que caían. No lo perdimos cuando nos vimos abocados a emigrar a otros lugares en busca de un futuro laboral que en Asturias se antojaba (y se sigue antojando) difícil. Ni siquiera renunciamos a ese orgullo ante la mentecatez del presidente Areces de referirse a nosotros como «leyendas urbanas», con el atrevimiento que otorga la soberbia.

Tampoco cedimos un ápice de nuestra esencia cuando la inefable consejera Migoya aseguró que la posibilidad de volar barato desde y hasta el aeropuerto de Ranón derivaría en un mayor número de salidas que de entradas de viajeros, como si esta hermosa tierra nuestra fuera un Gulag con vallas electrificadas en el que darse un paseíllo a orillas del Sena, comerse unos fish and chips a los pies del Big Ben o emular a Marcello Mastroianni en la Fontana de Trevi a un precio razonable fuera un delito de lesa patria. Claro, para los que viajan en gratis total a costa de nuestro dinero, el «low cost» es una veleidad frívola e insustancial.

Nos mantuvimos acérrimos en nuestra asturianía incluso cuando estos lares fueron noticia de alcance nacional (algo insólito más allá de premios «Príncipe de Asturias», Fernando Alonso y algún que otro desastre natural) por la refriega existente en su entonces partido, que dio lugar a la escisión de la URAS de Sergio Marqués y al traste con las posibilidades del PP de revalidar un Gobierno regional que había alcanzado por vez primera, hechos en los que, al parecer, tuvo usted un papel protagónico.

Fíjese hasta qué punto conservamos el tan manido orgullo incólume que algunos hasta nos mantenemos censados en Asturias, pese a residir fuera, renunciando así a ciertas ventajas que nuestros lugares de acogida nos podrían dar, sólo por el simple hecho de que unos pocos euros de nuestros modestos (pero sufridos) impuestos vayan a parar a la tierra que añoramos y que nos vio nacer. Pero, bueno, esto no tiene ningún mérito, seguro que usted también actuará del mismo modo, aunque con la ventaja de, seguro, disfrutar de más de una residencia, porque en España quien no se compra un piso es porque no quiere, ¿se acuerda?

Hasta tal punto llega nuestro empecinamiento que perseveramos en el orgullo incluso cuando un notable paisano nuestro, tal es su caso, se mosquea con el alcalde de Oviedo porque le tilda de sexagenario, cuando, si la Wikipedia no falla, tiene usted 63 muy bien llevados años. Viniendo de alguien casi un lustro mayor, yo me lo tomaría como un cumplido. O mejor aun, me lo tomaría con orgullo. El mismo que tuvimos, tenemos y tendremos todos aquellos asturianos que nunca hemos votado al PP y nunca lo votaremos a usted, señor Cascos. Los mismos que no necesitamos que nos vengan a dar lecciones de asturianía ni tampoco a personalidades que se erijan en salvapatrias buscando reverdecer viejas glorias políticas felizmente periclitadas.

Luciano Hevia Noriega,

Barcelona

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