Desde Tineo, toda mi solidaridad a los monjes blancos de Valdediós
El pasado 31 de enero, a eso del mediodía, llegué al monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós (el Valle del Señor), en la parroquia de Puelles, en el municipio maliayés de Villaviciosa. Un cielo blancuzco cubría todo el amplio espacio que ocupa ese valle saturado de paz, serenidad y recogimiento, quizás un poco perturbado por un pertinaz orbayo. En ese lugar el tiempo se ha remansado. Qué precioso es todo aquello: el conventín consagrado al Salvador es un monumento representativo de la arquitectura asturiana posramirense que anuncia ya el estilo románico.
Todo el conjunto monástico está rodeado de una naturaleza pletórica, donde fructifican las naranjas y los limones sin ningún tipo de fatiga. Un poco aturdido, conseguí traspasar la puerta de hierro con barrotes, que impide el acceso a las proximidades del cenobio medieval. Pero una vez ganada esa barrera, te ves ante una explanada que conduce a los distintos ánditos del monasterio. El templo monacal estaba abierto y, por lo tanto, y sin pensarlo, entré en el recinto sagrado. En ese preciso instante los monjes blancos oficiaban la misa. Allí estaban los tres frailes: el prior Jorge Gibert, el monje (oficiante) Máximo Marianella y otro religioso, el inglés Lawrence Curran, que entonaba himnos a Dios y tocaba un pequeño órgano electrónico al lado del Evangelio, debajo del mismo crucero de la iglesia. Tan sólo faltaba el oblato Javier González, que es posible estuviese preparando el refectorio para la exigua comunidad cisterciense.
Crucé la nave central y me coloqué a la cabecera de los bancos de lado del Evangelio. Asistí a casi toda la ceremonia. Fue emocionante. Después otras dos personas se unieron a mí. Los momentos de silencio se convertían en jirones de misticismo y contemplación... al final de la ceremonia sagrada, no lo puede evitar, me fui derecho a la sacristía a solidarizarme con aquellos hombres de Dios. Al P. Gibert le hice entrega de algunos libros, entre otros el de «Tineo. Capillas, ermitas, oratorios y santuarios» del que soy coautor con el cronista oficial de Tineo, don Julio Antonio Fernández Lamuño, y que el monje catalán agradeció por el alma. Mantuvimos una conversación bastante corta, pero lo suficientemente expresiva y llena de contenido como para entender que no se puede comprender el que se haya tomado esa drástica, como injusta y falta de toda lógica decisión, para disolver la pequeña comunidad, que desde el año 1200 ocupa Valdediós hasta la desamortización de Mendizábal, regresando por decisión de la Santa Sede el 22 de junio de 1992, y entregar el convento, por expreso deseo del obispo Carlos Osoro a la orden de San Juan (fundada el año 1975). Aunque todo hay que decirlo, y es que el decreto de Roma aún está por firmar.
No entendemos la postura del obispo Sr. Osoro ni tampoco la compartimos. Tampoco la del Gobierno del Principado, que hasta ahora mismo no ha dicho absolutamente nada y en su día se gastaron allí muchos cientos de millones de pesetas. Ni la de algún periodista de chicha y pan, que aunque no sea nada más que por practicar servilismo está dando la razón al prelado Osoro, argumentando que quienes defienden (defendemos) la estancia de los monjes cistercienses no somos creyentes. Pero qué sabrá ese (sabelotodo) que no da una en el clavo, en lo que yo creo ni el resto de las personas que nos solidarizamos con Valdediós.
Lo dicho. De Roma viene lo que va, como muy bien anotó en este mismo periódico el cura Francisco Javier Fernández Conde. Algún día se sabrá algo más de este turbio asunto. Y esperemos, por el bien del monasterio y de la cultura asturiana en general, que estos cuatro monjes que un día tomaron la decisión de vestir el hábito blanco y abrazar la regla del Císter hasta el momento de su muerte, inmersos en laúdes y maitines, lejos del mundo que está cambiando a una velocidad de vértigo y que ellos intentan cambiar y transformar con sus oraciones y plegarias, nunca se vayan de Valdediós.
Ánimo, P. Gibert, que ni usted ni sus monjes están solos. La Sociedad Civil Organizada de Asturias los arropa. Y si llegase ese fatal momento de emprender la marcha hacia otras casas de la orden, el Principado de Asturias los llorará y recordará siempre y mantendremos en nuestro fuero interno que todo esto se debe a una «cabezonada» de alguien que aún no ha entendido el alma de los asturianos.
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