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Sin tirar la toalla para transmitir valores a los hijos

2 de Junio del 2024 - Ángel García Prieto (Oviedo)

Una de las razones que se pueden aportar al debate que plantea el problema de la conducta de los jóvenes es que los chicos se sienten cada vez menos acompañados. Se han hecho múltiples estudios sociológicos en países muy adelantados y una de las causas que se esgrimen es que los padres, por razones laborales o de otro tipo, tienden a dedicar menos tiempo a sus hijos. Diversos estudios, hechos con poblaciones de niños y jóvenes, ven aumentos de fracaso escolar, violencias juveniles, embarazos precoces, a pesar de que los ingresos económicos del hogar por niño aumentaron. Y se alcanzan cifras notables de malestar, inestabilidad, violencia y fracasos educativos, que aumentan la preocupación social.

Los hijos requieren dedicación, consejo, apoyo, seguridad, y necesitan saber que tienen la retaguardia asegurada. Y que en un momento determinado, cuando tengan dudas o problemas de algún tipo, hay alguien querido y cercano que les ayude a sobrellevarlos. Esto es fundamental, pues es imprescindible la función de la familia; aunque esta sea parcial o vicaria, porque la familia no siempre puede ser el padre y la madre; y hay familias monoparentales por viudedad, separación y otros problemas.

Es muy importante siempre que las chicas y chicos se puedan sentir valorados en su justa medida, hecho que adquiere característica de auténtica necesidad durante la adolescencia, en la que la inseguridad producida al abandonar la niñez determina una vivencia de precariedad que puede llegar a ser agobiante y muy destructiva. El peor de las chicas y los chicos tiene un valor enorme como persona que es, y eso hay que tenerlo muy claro para poder dejárselo a ellos siempre muy claro.

Ya en la década de los años dos mil, con los datos del informe “Código Azul”, una extensa campaña que se hizo en USA, Willian J. Bennett, entonces secretario de Educación, pronunció un discurso en la Universidad de Notre Dame (Indiana) en el que, entre otras muchas cosas, dijo que “la crisis no se limita, como algunos creen, a comunidades azotadas por la pobreza y el crimen, sino que afecta a millones de adolescentes de todos los barrios a lo largo de la nación”. Su discurso no era un lamento, pues apuntó soluciones como estas: “En los últimos años hemos hecho un trabajo razonablemente bueno enseñando a nuestros hijos virtudes delicadas como la tolerancia, la comprensión, la propia estima y la sensibilidad. Y eso está muy bien. Pero creo que todavía nos perdemos en discusiones inútiles sobre la necesidad de enseñar virtudes fuertes como la disciplina y el dominio de sí, la responsabilidad individual y cívica, la perseverancia y la laboriosidad. Y añadía: “Así es como se configura el carácter de una sociedad: mediante la moralidad individual, que acumula un capital social de generación en generación, en beneficio de nuestros hijos. Las convicciones privadas son una condición del espíritu público. Pero hay que renovar continuamente la inversión en convicciones privadas: han de hacerlo los adultos. Esa es nuestra misión”.

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