Votar sin condicionamientos
Para nada vale, al menos para el ciudadano que no vive de la "res-publica", elegir una opción política solo mirando la conveniencia de esta, en clave utilitarista.
La cantinela, siempre machaconamente repetida, del voto útil es, además de un condicionador, una verdad cuestionada siempre por la realidad emanada de las urnas. Es así que, mientras los partidos de querencia bipartidista, optan siempre por "aconsejar" lo que ellos denominan "dispersar el voto", con lo que trasladan al elector la responsabilidad de una ley electoral, que debiera de ser revisada, para -entre otras razones- conseguir que un voto tenga la misma validez, sea cual sea la opción política, a la que se le otorgue.
Es curioso observar cómo, mientras los partidos de izquierda logran la unión del voto postelectoral (eso sí, siempre con el mismo denominador común), los de la derecha lo dispersan, sin lograr mantener de igual manera su denominador común ¡y lo tienen! Otra cosa es que los programas electorales de una parte del arco político de la diestra sean tan sumamente dispares que alcanzar un acuerdo parlamentario sea casi imposible, si no se claudica en cuestiones fundamentales (derecho a la vida, defensa de la familia, libertad de conciencia y educación, etc.). Y todo eso es debido a la querencia del conservadurismo a ocupar un espacio a su siniestra (Rajoy, Congreso de Valencia) que le distancia cada vez más de su razón de ser. No existe la centralidad en política. Existe, si acaso, una posición equidistante entre dos polos opuestos; ¡nada más! Así es que, cada vez que se pretende ir de progre sin serlo ni creérselo, ocurre que al final se cae más para el lado del materialismo utilitarista de la izquierda que del lado de la razón y de la ley natural. Amén -cómo no- de varias razones más: filosóficas, históricas, tradicionales, sociológicas, espirituales, etc.
No se debe, aunque se pueda, condicionar a nadie a que vote a un partido solo como mal menor. Esta opción puede ser válida allí donde se pretende salir de una dictadura democrática (lo defino bien, las hay) de izquierdas, pero no para una sociedad madura, como la española, que aún tiene muy reciente a dónde nos conduce la bipolaridad. Han sido varios los comicios electorales de cualquier índole en los que el electorado no ha dado la mayoría absoluta a un solo partido, salvo que este lleve en su programa las cosas claras, o disfrazadas de tal manera que, al final, el votante se lo crea, pero, después, de lo votado, nada. Ahora, si los programas son claros, los compromisos firmes y la credibilidad demostrada, la elección de cada uno será realmente libre. Lo demás es -y reitero- cargar sobre el votante una responsabilidad que no tiene. Cámbiese el reparto de escaños, o acostumbrémonos todos a tener en los parlamentos pluralidad de grupos, por lo que no se tendrá más remedio que pactar siempre si esa es la voluntad emanada de las urnas, como así debiera ser.
Quien "elige camino elige destino" (F. Á.-Cascos), y debe hacerlo sin condicionamientos, no dejándose guiar por los gurús de los números, ni por los Tezanos de turno, que más se parecen al "cuento de la lechera" que a otra cosa; y mucho menos bajo la oferta de una gobernabilidad más favorable (para ellos). Solo se ha de votar en conciencia, sabiendo lo que se vota y a quien se vota; no olvidando nunca lo que hay detrás de cada partido, y que, a día de hoy, no es difícil de ignorar, ¿verdad?
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