Martínez

4 de Junio del 2024 - Fernando Vijande Fernández (Castropol)

Martínez, tráigame un café.

Martínez, lleve este expediente al jefe superior.

Martínez, baje dos grados el aire acondicionado.

Martínez, súbame la prensa de hoy.

Si había que hacer cualquier cometido, allí estaba el solícito Martínez.

Martínez (nadie lo conocía por su nombre de pila, Telesforo) entró a trabajar en una oficina como conserje y su trabajo era filtrar a la gente y estar siempre a disposición de sus jefes para todo lo que le mandaran.

"Usted, Martínez, es el alma de esta empresa", le decían, "si usted faltara, la empresa se iría a pique. Ya sabe usted, Martínez, hacen falta muchos como usted. Estará muy contenta su esposa con un hombre de su valía".

Martínez, con 50 años, se sentía importante. Sus jefes lo estimaban, su empresa navegaba viento en popa, estaban en negociaciones con una multinacional del sector y posiblemente serían absorbidos.

Un día el jefe supremo lo llamó a su oficina y le comunicó: "Siéntese, siéntese, Martínez. ¿Quiere un cigarrillo? Tome, coja usted uno. Como usted ya sabe, Martínez, fuimos absorbidos por una multinacional y, claro, no es culpa suya ni mía, pero quieren hacer una restructuración, y, entonces, tiene que entender que su puesto lo amortizan, ya no lo necesitan, pero, usted, Martínez, disfrute, usted ahora va a tener mucho tiempo libre, lo va a pasar muy bien, usted ahora tiene que descansar, ya lleva trabajando mucho tiempo. Si yo pudiera, haría lo mismo. Vamos, me cambiaría por usted. Usted es un afortunado, Martínez, viva y disfrute. Le da recuerdos a su señora y mire qué bien va a estar ella ahora que lo tiene en casa para cualquier cosa. Ya puede recoger sus cosas y cualquier día nos viene a visitar".

Martínez, que pasó de sentirse importante en la empresa a sentirse un "beriquixo", salió de la oficina, se dirigió a su casa, un quinto sin ascensor, un ático con dos habitaciones, un baño, cocina y dos ventanas que daban a un patio interior y unos muebles comprados con las extras en las rebajas. Un ático comprado de acuerdo con su mujer con los ahorros de toda la vida y una hipoteca que vencería cuando se jubilase, con 65 años.

Su mujer, que salía para el trabajo en ese momento, le dijo: "Martínez", también le llamaba así, "te dejo la comida en el horno, ya sabes, después de comer no te duermas en el sofá porque si no te va arder el estómago y no fumes que si no la habitación apesta, ah, y recoge la cocina, ah, se me olvidaba, no pongas la televisión muy alta, que molestas a los vecinos".

Martínez entró en su habitación, abrió la ventana y sin decir palabra se apoyó en el alféizar y con un impulso saltó al vacío.

Toda su vida recibiendo órdenes. Estaba hasta la coronilla de que le dijeran lo que tenía que hacer.

Cuando estaba en el aire cayendo, oyó que lo llamaban: "Martínez, Martínez".

Esta vez, dijo para sí: "No voy a ir, hoy no contesto, que se jod...".

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