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¿Qué tendrá el poder?

17 de Enero del 2011 - José Ramón Rodríguez Fernández (Oviedo)

Entre otras cosas, he sido profesor de instituto durante dos años y, después, profesor de universidad durante treinta y dos. Cuando me incorporé a estos dos puestos de trabajo, vi que tenía alumnos y me puse muy contento porque mi vocación era enseñar. Empecé a preparar las clases con gran interés. Por amor propio y con el deseo de hacer las cosas bien, opté por marcharme durante algunos veranos a Londres y Dublín para mejorar mis conocimientos de lengua y cultura inglesas.

Durante ese largo perÍodo de trabajo no me ocupé de otra cosa más que de formarme y transmitir dichos conocimientos a mis alumnos del mejor modo posible. Escribí también algún pequeño artículo relacionado con el inglés y su enseñanza. Pero en seguida me di cuenta de que la universidad, a pesar de que otros digan lo contrario, no es el mejor sitio para investigar. Al menos así lo decía el famoso profesor de Oxford John Henry Newman, quien consideraba que la investigación y la docencia eran vocaciones distintas, que no suelen darse en la misma persona. Si la universidad tiene alumnos, lo que hay que hacer es enseñar.

Pronto pude observar que a mi lado había compañeros que se movían por los pasillos llamando a todas las puertas, sobre todo a la del decano o director, a la del secretario o a la del jefe de estudios, que acudían frecuentemente al rectorado, que asistían a todas las reuniones y que escribían artículos con títulos raros cuyo contenido no era de utilidad alguna para los alumnos. Esos profesores iban poco a poco huyendo de la enseñanza y buscando poder y puestos académicos, llegando incluso, algunos, a rectores. Curiosamente, después, desde sus puestos de responsabilidad, nada hacían por mejorar y unificar la enseñanza universitaria que tanto cuesta al Estado y que hoy no produce más que parados.

En la vida política ocurre lo mismo. Los políticos, sobre todo los que no han tenido otra profesión –como el actual presidente del gobierno y varios de sus ministros–, se vuelven locos en busca de poder y puestos de trabajo relevantes que les den renombre y dinero. Unos luchan por ser presidentes de autonomías o consejeros, senadores o diputados, etcétera. Basta ver lo que ocurre en período de elecciones. Cómo discursean prometiendo, engañando y gastando grandes cantidades de dinero. Cuando ganan y los confirman en el puesto deseado, ¡qué estado de emoción y alegría les embarga! Después, durante la legislatura, por egoísmo o incompetencia, no hacen nada por el bien y la convivencia ciudadana, llevándonos, eso sí, a la tremenda crisis que estamos padeciendo.

Más me llama la atención a mí que soy creyente y miembro de la Iglesia ver que esto mismo, aunque en menor escala, ocurre en esta importantísima institución. Cuando el Papa nombra a un obispo, éste se muere de risa mientras los dos restantes que formaban la terna vuelven a sus casas cabizbajos. Después sólo se le ve presidiendo grandes celebraciones litúrgicas, incapaz de transmitir de un modo sencillo y claro el mensaje de Jesús de Nazaret, cuyo conocimiento y práctica son cada vez más urgentes.

Siento que estas cosas ocurran, pero no me queda más remedio que denunciarlas para que los interesados cumplan con sus deberes por el bien de la nación española y de instituciones tan importantes como la Universidad y la Iglesia.

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