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Respuesta al artículo Animalinos

23 de Junio del 2024 - Cristina Fierros Pérez (Oviedo)

Quiero llamar la atención sobre el trabajo que realiza el artista Pablo García en sus ilustraciones para LA NUEVA ESPAÑA. Siempre las disfruto, por hermosas y artísticas y por conceptuales. En este caso, me voy a referir a una ilustración muy concreta, la que aparece en LNE del viernes 21 de junio junto al artículo de Javier Junceda titulado “Animalinos” y subtitulado “El desmesurado miramiento con las mascotas y con las especies salvajes”. Pablo ha sintetizado magistralmente el vínculo que une a un perro con su propietario. La cara de un perro llamado “Leal” mira a su dueño -que está, pero no aparece- como solo ellos son capaces de mirar, y así ha condensado en su dibujo la emoción y la conexión que es capaz de transmitirnos un animal de compañía. Con esta ilustración, ha sido posible compensar la falta de sensibilidad que muestra el artículo referido, escrito por un humano que ha sido educado en la idea anacrónica de que “lo que corre, nada y vuela, debía irse a la cazuela”.

Nuestra sociedad ha evolucionado mucho, y en muchos aspectos para bien, desde los referidos tiempos de nuestros mayores hasta nuestros días. El Estado de bienestar nos ha permitido -todavía no a todos, pero sí a muchos- escapar de un estado antropológico elemental, el de la pura supervivencia, para poder apuntar con el índice un poco más alto, al vértice de la pirámide de Maslow, es decir, a la realización personal, un estado en el cual la sensibilidad juega un papel fundamental. Gracias a ella, disfrutamos del arte -los dibujos de Pablo García son un buen ejemplo- y disfrutamos de los animales: los salvajes en su libertad y los de compañía en la convivencia diaria con ellos en nuestras casas.

Los animales de compañía son para muchas personas, sumidas en la soledad de una sociedad cada vez más individualizada, sus compañeros de vida más importantes, a veces los únicos. Para otros, son unos seres que nos ayudan a mejorar nuestra existencia en el mundo con su sorprendente capacidad de interrelación. ¿Quién es nadie para juzgar esto? ¿Qué mal hace a los demás quien cuida mucho, muchísimo, a su perro y lo saca a pasear en un carrito? Un día me paré a hablar con una señora que así lo hace: “Es que es muy mayor, tiene artrosis, le encanta salir, lo pide, pero le cuesta mucho caminar”.

Después de releer el artículo, con todos mis respetos, no acabo de entender cuál es el problema que merece ese cuarto de página en LNE. Cuidar y, si se quiere, mimar a un perro me parece un ejercicio de libertad personal que en ningún caso estorba o coarta la libertad de los demás. Es un hecho que nos habla de una sensibilidad que hoy se pone al servicio de un animal, y mañana, al de un vecino.

El Código Civil reconoce a los animales de compañía como “seres sintientes” y a partir de ahí viene todo lo demás, es decir, unos principios éticos y unos derechos jurídicos. Pero habría que preguntarse por qué en más de 35 años de profesión veterinaria clínica he escuchado muy repetidamente estas frases a personas, por cierto, de muy distinta edad, género, índole y condición: “Nadie me recibe en casa como mi perro”, “Son uno más de la familia”, “Quien no los tiene no puede comprender lo que se les quiere”.

Uno cuida a los que le expresan emociones vitales positivas, de lealtad o de afecto. Uno sobreprotege aquello que le parece importante para llevar una vida buena, aquello que nutre su cotidiana felicidad. Los demás pueden juzgar que eso es “desmesurado miramiento”. Todo depende de las circunstancias y el corazón de cada uno. No nos gusta sentirnos ignorados. Por eso, elegimos relacionarnos con aquellos seres que, humanos o no, nos colman de alegrías y nos dan un poco de calor. No hay que banalizar o frivolizar sobre esto. Lo que importa siempre son los motivos, y es sobre ellos sobre lo que merece la pena publicar unas reflexiones. Nada es sin razón.

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