El reflejo de tu mirada
Definimos los ojos como el órgano de la vista, como dos globos oculares que nos muestran el mundo y sus sentidos. Cada persona los tiene de un color y, aunque a simple vista, valga la redundancia, es una pequeña parte de nuestra anatomía, podemos definirlos tanto como ojos ardientes, fríos, llorosos, indiferentes, perdidos, iracundos, lascivos...
En verdad son la entrada a la percepción de emociones y sentimientos que pueden variar según cada individuo. Son las ventanas a nuestra alma. Decía Ortega y Gasset sobre la mirada que los ojos, en su conjunto, equivalen a un teatro cuya cuenca, párpados, iris y pupila hacen un escenario con sus actores, y es que, si nos paramos a pensar un momento, podemos mirar de tantas maneras como números hay. Cada mirada es distinta a otra. Nos refleja lo que hay dentro, la persona que lanza como una bala en línea recta sus pensamientos en cuestión de milésimas de segundo, y en la que, en un contexto completo de la situación, la mirada toma su significado. Podemos mirar a alguien antes de que se dé cuenta, y, como si de una película se tratara, adentrarnos en sus pensamientos; podemos mirar de soslayo, por el rabillo del ojo; quedarnos ojipláticos; podemos mirar fijamente a alguien retándole; podemos entrecerrar los ojos para intentar esclarecer; mirar hacia abajo por vergüenza; desviar la mirada a un lado pensando y recordando mientras el otro nos analiza intentando cerrar con un signo de interrogación la pregunta en su cabeza, el motivo del desvío. Podemos hacer tantas cosas con la mirada que el otro no se daría ni cuenta, seguramente, pero ¿podemos llegar a su alma con solo una mirada? Creo que sí, aunque hay que ser un experto analista en comportamiento no verbal. Si fuera tan fácil, no existirían mentiras, ni conflictos, ni interrogatorios, ni dudas, ni cuestionamientos, ni terapias para levantar la vista en un horizonte perdido, porque, como dice un proverbio alemán: "Los ojos son testigos silenciosos de mucho".
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