El hojalatero

24 de Junio del 2024 - Fernando Vijande Fernández (Castropol)

Bueno, lectores de LA NUEVA ESPAÑA, os voy a contar unas vivencias de mi infancia, en la que las cosas no tenían obsolescencia, la huella digital no existía, la huella de carbono era prácticamente cero y la escasez era muy grande.

“El hojalatero”

El hojalatero, como todos los meses, llegó por la mañana en una bicicleta Orbea con faro cromado, tocando el timbre para alertarnos de su presencia y se instaló en el corral de nuestra casa. El corral siempre estaba cubierto de toxos de broxón picados y se iba cubriendo con más toxos según se iban gastando y mojando. Una vez al año, casi siempre en verano, se levantaba el corral con ganchas y palas de dientes y se cargaban en los carros de vacas y se transportaban a los “eiros” para utilizarlos como abono y sembrar el trigo en el mes de agosto.

El hojalatero sacó la petaca con tabaco de cuarterón, un librito zigzag y con mucha calma hizo un pito al que añadió unas semillas de amapola. Con un chisquero encendió el pito, nos pidió una banqueta y sentado comenzó su labor. Hoy tenía bastante trabajo, pues una pota pequeña que se había agujereado necesitaba un remache. Menos mal que ahora los remaches venían en paquetes de diez y en distintas medidas con un agujero en el centro y solo con apretar la tuerca y unos cuantos golpes estaba solucionado. Esta pota pequeña la utilizábamos para llevar el caldo con tocino para comer en el “eiro” cuando segábamos el trigo.

La pota grande del caldo perdía líquido por los lados y ahí los remaches no funcionaban. La solución era ponerle un fondo de hojalata y doblar con golpes suaves la circunferencia.

El hervidor de casa, aparte de estar negro y descascarillado, tenía una fuga de leche que solo aparecía al calentarlo. La solución momentánea, según el hojalatero, era ponerle un poco de masilla por fuera.

La masilla la traía el hojalatero dentro de una lata grande de sardinas reciclada y cubierta de aguarrás. El olor del aguarrás era muy penetrante en la nariz, pero, al mismo tiempo, era adictivo. Me acuerdo de olerlo a menudo y así me quedó la cabeza.

“A cabeza nun paraba xa de pequeño”.

Teníamos un cazolo con asa que usábamos para beber agua del caldero grande que tenía un agujero en el fondo y también necesitó un remache y además la tina de cinc en la que nos bañábamos una vez a la semana estaba oxidada y tenía un borde que cortaba. El hojalatero le dobló el borde con unos cuantos golpes y ya pudimos bañarnos sin peligro.

Nos hizo también el hojalatero dos moldes de hojalata para hacer empanadas en el horno una vez a semana cuando se cocía el pan. En mi casa hacíamos con la masa de pan al cocer las hogazas siempre dos empanadas. Una era de chicharros o bogas que le comprábamos a la pescantina Carmen das Figueiras y otra de manzana con las manzanas de invierno que guardábamos en el desván tapadas con un periódico.

El hojalatero traía consigo un aparato de radio y un cable largo para enchufarlo a la corriente. Otro cable grande hacía de antena y lo colocó en el tejado del cabazo atado a una piedra. Al momento sintonizó Radio Nacional en onda media y más tarde en onda corta, aunque encontró también la Pirenaica y bajó la voz y dijo que estaba prohibido escucharla, aunque a Dolores se le oía muy fuerte y a Carrillo menos.

El hojalatero también arreglaba paraguas. Era paragüero. Teníamos nosotros en casa solamente un paraguas negro y grande, de aquellos que se sujetaban en el cuello de la chaqueta a la espalda. Se le había roto una varilla y el hojalatero la cambió por una vieja de las que él traía de repuesto. Era de distinto color la varilla, pero había que fijarse mucho para darse cuenta y solamente se veía después de abrirlo. El paraguas lo reservábamos para los domingos y días de fiesta, ya que a diario cuando llovía usábamos un saco vacío de patatas y hacíamos una especie de capucha.

El hojalatero también era afilador. Venía con una rueda de afilar y con una pierna le daba a una especie de pedal y la rueda se movía. Teníamos solo dos cuchillos, uno grande para cortar el pan y otro pequeño para pelar las patatas y también para cortar los nabos que les dábamos a las vacas. Bueno, pues, el afilador, hojalatero y paragüero nos dejó los cuchillos que cortaban solos. También aprovechamos para afilar las tijeras de coser y unos cuantos cáncamos que habían perdido la rosca para colgar los chorizos. La brosa de picar leña también recibió un repaso y quedó como nueva.

En una caja metálica teníamos la jeringa de cristal de dar inyecciones y dentro estaban dos agujas que también se les sacó punta.

El hojalatero comió con nosotros el caldo de rabizas y cobró por el trabajo una moneda de dos cincuenta pesetas.

Estos oficios hoy en día se han perdido, pero hace años iban pasando de padres a hijos e incluso los nombres de las casas reflejaban estas profesiones.

Qué poco teníamos en aquellos años y ahora nos sobra de todo.

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