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Constituciones. ¿Lo que los (nuevos) vientos se llevarán?

27 de Junio del 2024 - Juio L. Bueno de las Heras (Oviedo)

Lugar común en las pelis de desastres -desde los colosos llameantes a los muchos hundimientos de Titanics, pasando por amenazas de las andrómedas de turno- es que el terrorífico escenario que sirve de fondo a muy diversas historietas de humanos y humanas sea un poblado, un edificio, un barco o una aeronave donde un accidente nimio, colapso estructural, incendio, atentado, intoxicación, infección o secuestro, en principio asumible, se desmadra en un santiamén. Y lo hace porque se encuentra con un diseño errado y/o con unas inadecuadas medidas de seguridad activas y pasivas, dispuestas insuficiente o defectuosamente por unos técnicos estúpidos o, más frecuentemente, irresponsables o corruptos. Una vez prendida la mecha, el caos resulta imparable por concatenadas carencias o fallos de alarmas, aislantes, extintores, pilotos automáticos, salvavidas, comunicaciones y expertos (incapaces, sobrepasados o -no infrecuentemente- también vendidos a los malos).

¿Solo a cine les suena esto?

¡Bingo!

Y es que en España llevamos una larga y desalentadora temporada en la que casi todas las instituciones e instrumentos del Estado se han evidenciado torpes e ineficaces o indefensos ante los más elementales conflictos competenciales o procedimentales; en unos casos por su deficiente o equivocada concepción (ignorancia, taras, bombas de relojería...) y en otros por su fragilidad ante la contaminación política (esterilización, instrumentalización o asalto). Así, salvo para los hinchas incondicionales, salvo para los oportunistas condicionados (que tienen cogido por sus partes pudendas al mando, o que así lo simulan unos y otro) y, salvo para el rebaño pasota que está más por el pasto que por el pienso, esto no va como debiera. En efecto, para los escasos miembros de una oposición reflexiva y coherente, así como para los más numerosos pero inanes integrantes acríticos de su variante desideologizada y conformista, y para mucha gente normal pero apolítica, ignorante, abducida, desubicada o descorazonada, nuestro subsistema está en una crisis que oscila -cosas de genes, de querencias y de contagios- entre lo distópico y lo caribeño.

Bajo la legitimidad formal que confieren nuestros votos (y nuestras abstenciones) - nuestra responsabilidad culposa- hemos otorgado poder a unos gobiernos que o lo han dejado pasar o se han pasado. Vía disciplina de partido y, particularmente como ahora, con mandatos y objetivos tan claros como escasos escrúpulos, el poder ejecutivo controla hasta el ridículo de la sumisión más "ostentórea" al correspondiente -y prácticamente siempre- unánime y palmero bloque legislativo de su mismo color. Y, para completar el desolador panorama, el Poder Judicial y su entorno, aunque resistiendo -heroicamente en ocasiones- es infiltrado, condicionado, presionado -cuando no acosado como estamos llegando a ver- y colonizado impúdicamente -caso caliente del CGPJ- por uno o por los dos partidos mayoritarios (las dos manos del mismo sistema) -por turnos o repartos-, y por sus acólitos coyunturales -por cuota o trueque-, cuando no expresamente convertido, de hecho, en un ministerio más, como podría estar sucediendo con la Fiscalía General del Estado.

Así, la labor del atípico, excepcional y sobrenadante Tribunal Constitucional (que no es tribunal y que teóricamente es ajeno al poder judicial) -apetecible pieza cuyas competencias tienen un alto coeficiente de percolación e infiltración, y unas infusas y autoinfusas bulas de preeminencia- está siendo desde hace más de un año objeto de particular atención y alarma. Y es que -según evidencias, algunas escandalosas- no solo se limita a hacer su trabajo sino a entrometerse prevalentemente en el de otras instancias por una de las muchas fisuras nebulosas de nuestra penosa estructura de desprestigiado país/estado/nación (si Dios no lo remedia, en vías de fallo sistémico, descomposición y ruina).

Mirando para casa, desde la pasada semana -todavía con la atención ciudadana arrebatada por afanes y desdichas futboleras- en esta Asturias marginal estamos teniendo la fortuna de poder ser zarandeados hasta casi despertar de nuestro literario letargo por el trabajo de algunos de nuestros juristas más implicados en la formación permanente (LLL, ¿recuerdan?), llevando a cabo una importante labor de acelerada alfabetización jurisprudencial de la ciudadanía que se deje. Ambos, además de unas vidas dedicadas a las aulas, vienen teniendo una sostenida presencia en los medios, recientemente con motivo de la liturgia de incorporación a la Real Academia Asturiana de Jurisprudencia de uno de ellos que -como rector- está en constantes y mediáticas prácticas de su especialidad emitidas en directo. El otro, más sosegado -catedrático emérito, que no retirado- (como es sabido), viene ocupando elocuentemente desde hace años la tribuna de LNE que mantiene vivo "el espíritu de las leyes", y acaba de presentar un libro sobre la anteúltima diana para la izquierda rencorosa e irredenta: "La Corona". En este contexto -público y publicado- se ha sacado no solo este tema -el del Tribunal Constitucional como otra herramienta multiuso del Gobierno-, sino que todo "lo constitucional" se ha ubicado en el seno de una peligrosa corriente nihilista (quizá también con pretensiones globalistas) en la que muchos todavía no habíamos caído: al parecer ya está consolidándose un enfoque doctrinal según el cual el tiempo de las constituciones democráticamente consensuadas y nítidamente regladas ya es agua pasada. Así, a las cartas magnas -escritas sobre soporte tangible o virtual- se les augura un futuro más fluido, delicuescente y redefinible que a los nuevos sexo-géneros: evanescente y difuso como mejor convenga en cada momento y coyuntura.

¿Estamos frente a una corriente tangible y consolidada, ya casi imparable e irremediable -salvo infrecuente milagro- o estamos frente a una inducción manipulada y magnificada por quienes - como en tantos otros campos sociopolíticos y pseudocientíficos, entre las muchas sedes Bilderberg, Davos y Bruselas, por citar sitios con AVE- se han arrogado la potestad de pastorearnos desvergonzadamente hacia y desde el reseteo, destruyendo culturas, soberanías, seguridad jurídica y libertad?

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