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Un día de premio

29 de Junio del 2024 - Primitiva González Escudero (Jijona)

Llovizna cuando llego al monasterio de Cornellana. Hay albañiles trabajando por dentro y nadie en la explanada delantera. Paseo con el paraguas, observando la fachada. En ese momento llega un señor muy atento que me dice que supone que voy al mismo evento que él, se lo confirmo y enseguida me cuenta la historia de uno de los escudos en piedra de la fachada del monasterio. Esa historia me parece preciosa: una osa cuidó y alimentó a una niña perdida en el bosque. Algo así como “El pequeño salvaje”, la película de François Truffaut, basada en hechos reales por cierto.

Los dos vamos a la entrega del V Premio “Alfonso II Los diarios del Camino de Santiago”, resulta que yo soy la galardonada y he llegado algo nerviosa , pero este señor de repente hace que me sienta como en casa, como si nos conociéramos de siempre. Después van llegando los que presidirán el acto de entrega y voy teniendo la misma sensación de familiaridad.

Mis nervios eran porque tenía que decir unas palabras, no me apetecía nada de nada. En los últimos premios “Princesa de Asturias” el escritor japonés Haruki Murakami no dijo “esta boca es mía”, pero, claro, él lo podía hacer, él es un escritor y de los buenos; yo, una simple peregrina que ha escrito un diario, así que tuve que hablar, algo me había preparado.

Después de la entrega del premio fuimos a tomar una picaeta, eso es lo que diríamos en Alicante, aquí me dijeron que se llama espicha: Tortilla de patatas, huevos duros con pimentón, bollos preñaos, sidra, empanada, etc., todo buenísimo. Mientras vamos zampando, vamos conversando. Cuenta el mismo señor que me encontré al llegar que la Universidad de Oviedo fue la sexta de España, fundada gracias a Valdés-Salas allá por el siglo XVI. Se empeñó en ello porque por lo visto quería corregir la poca sapiencia que había entre el clero. Esto me hizo recordar a Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia, en varias ocasiones cambió de confesor y creo que tenía que ver con la altura intelectual del sacerdote al que abría su alma.

Descubro que el señor tan atento y con esa conversación tan amena fue director de este periódico al que me dirijo, Melchor Fernández, y nos cuenta -bueno, en realidad me lo cuenta a mí porque todos los demás supongo que ya lo saben- que Fernando Valdés-Salas reposa en la colegiata de Salas, que en el magnífico mausoleo que lo acoge hay espléndidas esculturas del italiano Pompeo Leoni.

Asisten a la entrega del premio y al refrigerio gente de las asociaciones del Camino de Santiago, me dan la enhorabuena y me animan a escribir más diarios del Camino. Me piden mi correo para mandarme fotos que han hecho en el monasterio y en la sidrería en la que estamos. Y todo esto me envuelve y no me defrauda. Como tampoco me defraudará la colegiata de Salas que visitaré esa misma tarde. Las esculturas no las disfruta tanta gente como las que del mismo artista hay en El Escorial, aunque quizá por eso mismo se aprecian más, son como un tesoro oculto. Tampoco me defraudará ninguno de los días que pasaré por Asturias disfrutando de este premio, ni las casas de indianos de Grado, ni Santa María del Naranco, ni Covadonga, ni Luarca, ni Cudillero, ni Cangas de Onís, ni el día de lluvia en Oviedo que aprovecharé para ir al Museo de Bellas Artes y disfrutaré de la gran pinacoteca que acoge. Y como turista aplicada disfrutaré de la gastronomía y compraré, compraré de todo: quesos, fabes, cerámica negra, sidra y azabache.

De manera que esta carta al director en realidad es una carta de agradecimiento a todos los que me acompañaron ese día y a los que lo hicieron posible.

Cartas

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Tribunas

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