Gaya renuencia
Hubo o hay "Día/Semana del Orgullo" -que ya se pierde uno en el espesor del calendario recalentado por nuestros poderes-, un hito anual que viene a superponerse a lo que de cosmogónico vienen teniendo nuestros trabajos y días.
Así, vemos que se activa un resorte declarativo en balcones de nuestros consistorios, en usuarios tibios de redes sociales o en establecimientos asociados a grupos en defensa relativa (nunca a ultranza) del comercio local. Nunca antes, la sociedad -tomada en abstracto como un avatar- había manifestado cariz tan sublime ante una cuestión determinada; sorpresivo, ante las muestras elocuentes de lo contrario en nuestra cotidianeidad, de natural rudo y desaprensivo, dando materia a que se pueda hilar una expresión política futura y, paradójicamente, adversa a aquello que se viene predicando en estas jornadas multicromáticas.
Pero todos los peligros que acechan a esta construcción alternativa de la realidad -entre los que se encuentra la mera especulación contable hacia elementos tan anhelados como sean amar o simplemente drenar en compañía deleitosa- se confunden también interesadamente para desplegar dispositivos arbitrarios y ancilares de validación férrea entre miembros; sí, los mismos que eran execrados por "burgueses" y "reaccionarios". Quizá el problema radique más en el esfuerzo de voluntad que se aplica que en su fase de desarrollo actual. No sabemos adónde puede conducir todo esto, ni cuánta fuerza de arrastre poseería su hipotética demolición, ante la que quizá se geste una disidencia inorgánica que deje al movimiento exhausto de sentido y contenido.
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