La vaca mostrenca
Es la que se da en Doñana. Por eso también le dicen «marismeña» o «de Doñana», sobre la que existe el libro «La vaca mostrenca de Doñana» (2008), de Juan Calderón.
Cuando hace unos años, por esas cosas de la vida, pude visitar Doñana supe por uno de los guardias que, cuando iba por allí el presidente del Gobierno a pasar sus vacaciones de verano -en aquellas fechas era Felipe González-, los guardias hablaban una especie de lenguaje cifrado. Por ejemplo, para saber si había entrado o salido del parque la mencionada persona importante, ellos decían: «¿Ya pasó el pato?», preguntaba uno. «No... Todavía no», respondía el otro.
Estos días me acordé de todo aquello al ver las imágenes que ponen en las teles de esa señora que es la esposa del actual presidente del Gobierno, en las que ella sale caminando y acompañando al señor Sánchez, muy sonrientes los dos, y saludando a unas y otras autoridades. Y sobre la que nos informan todos estos días, ya sean medios escritos o hablados, de los presuntos negocios que ella emprendió y de la cátedra universitaria que ostentaba. Todo eso hizo que me acordase de la vaca mostrenca. Que, en ocasiones y dicho sea con el debido respeto, a mí me parece que esa señora va caminando como una de esas vacas, que son algo huesudas y están bien armadas de cuernos. Dicen los entendidos que la marismeña no es vaca muy proclive a acercarse al humano. De hecho la califican de rústica y «poco domeñable» en Wikipedia, esa enciclopedia libre que uno ahora encuentra en internet.
Lo sorprendente es que, por lo visto, y como el pasado viernes, día 5 de julio, a la señora del aludido presidente la había citado un juez, resulta que ella podía acudir a su cita con el magistrado entrando por el garaje de los juzgados de plaza de Castilla, en Madrid, para no ser fotografiada (y ya que estamos, una foto espectacular sería la imagen de una vaca mostrenca entrando por la puerta principal de los juzgados de plaza de Castilla). Porque ella, dicen, no la vaca, es «persona relevante», y además se intentaba proteger su integridad física.
A mí me parece que todo esto ocurre ahora porque en España existe una doble vara de medir. Para el marido de una infanta de España, o para una política o un político que no sean de la esfera socialista, la entrada en esos u otros juzgados es, de manera incuestionable, por la puerta principal. Pero en este caso, para esta mujer que en ocasiones a mí me da la sensación de que camina como una marismeña, en este caso hay posibilidad de que el acceso al juzgado pueda realizarse por el garaje.
En países de nuestro entorno, para ir terminando, asuntos como este y otros parecidos ya hubieran generado la dimisión del político de turno. Pero aquí nadie la pide. No digamos ya desde Asturias. Aunque quien menos la exige, desde luego, es la vaca de Doñana.
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