Clases particulares de hundimiento
Hace bastantes años, con otros colegas de esta Universidad de Oviedo y en el contexto de un plan académico de colaboración docente e intercambio científico-técnico y tal y tal (luego frustrado por la cruda realidad), tuve la ingenua e ilusionante oportunidad de realizar un par de estancias en un país luminoso en el que, entre la flora y la fauna de otra forma de paraísos con mejor clima, no tuvimos la oportunidad de percibir sobre el terreno las nubecillas que los de mejor vista de entre nosotros ya venían avizorando. En su patético colapso sistémico, aquel país pasó a mutar de sugestiva fuente de posibilidades en siniestra y sanguinaria dictadura, a la par que en descarada escuela, inspiración, balneario y despensa -entre otros especímenes portadores del virus- de gobernantes salientes y entrantes de la madre patria.
Hace ya muchos menos años, coincidiendo con las encerronas de nuestra instrumentalizada peste asiática, algunos exiliados de ese país que -eficaces y animosos pero resabiados y desconfiados- llevaban años huyendo de la quema (metafórica y literal) trabajando entre nosotros nos volvían a prevenir de algo que ya es un amargo consabido para quien no venga muy contaminado de casa: "Guácala, compadre, se lo vengo diciendo: ustedes, que parecían tenerlo chévere dándonos lecciones, van siguiendo, paso a paso, el mismito camino que nosotros".
En el mejor de los casos, hace años esto sonaba a machada, elucubración o... profecía, inquietante o risible según la perspicacia de cada cual. Bluff o aviso a navegantes. Hoy, ya me dirán lo que es. Marcelo Gullo tenía que haber escrito un poco antes su trilogía, pero ya que no de profilaxis, todavía podría servirnos de terapia, cuando menos paliativa. La dulce Francia, de la que siempre copiábamos tarde y mal, nos va a servir "presque à domicile", lecciones de otra novedosa asignatura de la misma área de conocimiento. A ver si al menos ahora nos hacemos con unos buenos apuntes.
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