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Es la segunda vez que estuve ingresado en Cabueñes más de una semana. Siendo más francés que gijonés, primero porque nací en Piloña y ya tenía 4 años cuando vine para Gijón, segundo porque con 14 años me tuve que ir a Francia.
La totalidad de mi presencia en Gijón después de haber vuelto de Francia no supera aún, sumando los diez primeros, ni la mitad de mi estancia en el país galo.
Mi primer ingreso en Cabueñes se debió a un infarto estando aquí de vacaciones. Tanto el personal que me atendió a mi llegada a Urgencias como el de la UCI y el personal de la planta de Cardiología tienen mi eterno agradecimiento y cariño, por su dedicación y atención, a pesar, desde mi punto de vista, de las pésimas condiciones de trabajo que tienen que sufrir para ejercerlo.
Aunque un ingreso nunca es anodino, este último que acabo de vivir por una pancreatitis aguda no le he otorgado el mismo carácter de gravedad, quizás sin razón, que otorgué al primero.
Probablemente los imprevistos debidos al grado de gravedad a medida que las nuevas visitas a Urgencias se repetían han hecho que mi ingreso previsto en Digestivo se llevara a cabo en Neumología por falta de camas en el servicio natural que me correspondía, aunque posteriormente acabé reintegrado en Digestivo.
Tanto en una planta como en la otra, reitero por las mismas razones que en mi primer ingreso mi agradecimiento y mi cariño al personal de dichas plantas. Sin ser un gijonés de pura cepa, siento una cierta satisfacción por que mi ciudad provincial cuente con un hospital como Cabueñes.
Naturalmente esta satisfacción no se extiende a la dirección del hospital, por mucho que cacareen su extensión, y menos si los medios puestos a disposición del personal son idénticos a los que hoy rigen en la parte más antigua.
Sin un personal afable, dedicado y competente, capaz de pasar por encima de sus problemas laborales y sus propios problemas familiares, Cabueñes no sería lo que es.
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