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El médico de Figueras

19 de Enero del 2011 - Francisco de Borja Márquez Llano-Ponte (Barres (Castropol))

Por destinos de la vida, una gripe molesta me llevó al consultorio médico de Figueras (Castropol). Fui a eso de las 10 de la mañana y me dieron muy amablemente cita para las 11.45. Como es normal, el paciente actúa como tal, y pacientemente espera la llamada del médico. En este caso la paciencia fue extensa e intensa. Observaba cómo en los pueblos se conoce todo el mundo; cómo había pacientes que dominaban el lugar; otros que no daban parada a su lengua; otros, empedernidos lectores de unas revistas antiguas. En fin, la hora larga de espera la dediqué a mirar por alto una revista, «Perfiles», que edita la ONCE, y observar. Me encantó el ambiente y, si no me encontrara tan mal, no me habría importado que la espera se hubiera dilatado más tiempo. Pensaba que era ridículo emplear tanta ciencia y tantos recursos en mantener artificialmente la vida. Pensaba en los que no tienen medicinas, acordándome de unas pastillas para el dolor ajeno que es una inteligentísima campaña de Médicos Sin Fronteras, en cuyo prospecto te das cuenta de lo mal repartido que está este mundo. Me dio tiempo a pensar en lo ridículo que es cuando te dicen: murió fulanito, era joven todavía, tenía 87 años. Por Dios..., estamos en un mundo de despistados o imbéciles.

Pero después de la espera entretenidísima, por otra parte llegó la hora de pasar a la consulta. Ay, amigo, si la espera fue buena, la entrada en escena del médico no pudo ser más grandiosa. Tengo 56 años y me reencontraba con un médico del pueblo. No tenía prisa, se interesaba por mis apellidos, mi vida, mis otras enfermedades. Charlamos de nuestras profesiones (yo creía que estaba actuando mal, porque hacía esperar mucho al siguiente paciente), de los estudios, de la forma de vida y un montón de cosas que me trasladaban a mis 6 o 10 años, cuando don Pablo o don César me atendían con cariño, paciencia y sin prisa. Confieso que el médico de Figueras me estaba emocionando, estado que disimulaba con los dichosos dolores de oídos. Vamos a ver cómo andas, me dijo el galeno. Quité la camisa, camiseta y mi cuerpo de mitad para arriba era objeto de inspección del doctor. Después del pertinente examen, dos cosas: me receta, me recetó, toseína, increíble, una medicina con nombre normal, y me dijo que el otorrino tendría que verme porque el asunto auditivo va con la edad, es decir, viejo y calamitoso.

Salí de la consulta encantado, había encontrado a un médico de pueblo que supo detectar mi mal (cuando esto escribo me encuentro mejor) y me hizo pasarlo tan bien que quiero volverme a poner enfermo, aunque sólo sea por ver actuar a este gran doctor.

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