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El currante redundante

28 de Enero del 2011 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Miro la prensa así por encima y especial atención me llama la reiteración de los que hacen comentarios sobre los artículos que en ella aparecen. En un alarde de absoluta desubicación sueltan un incesante: Esto no hay quien lo aguante.

Pero bueno, ¿qué clase de atrofia perceptiva tiene mermada a esta gente? ¡Claro que hay quien lo aguante! Los españoles lo estamos aguantando. Y en qué condiciones lo aguantamos. Porque ya más de uno debe de haber con el perfil del espinazo en forma de serrucho.

¿Y por qué y para qué todas estas penurias?

Porque le sale de los cataplines a un gobierno que se pasa las necesidades del pueblo por debajo del cóccix.

Para mantener a una monarquía –entelequia que sólo recibe, ¡y cómo! y que no da nada– y a unos gobernantes y un innumerable contubernio de vividores de alto estanding.

¿Y, aparte de decir que esto no hay quien lo aguante, qué hace el pueblo para remediarlo?

Acudir, la mayoría con ganas de folixia, al llamado del dúo tragaldabas para poner disfraz de huelga a lo que no es más que un ceremonial de apareamiento, cada cual con su argumento.

De un lado, úntame para no hacerte daño y que nos dé gusto a los dos.

Del otro, de millones hasta los cordones de los zapatos, pero, o me haces gozar o vuestro gusto tendréis que dároslo a mano pelada.

O, haciendo gala del tan humano sentimiento de que cada perro rasque sus pulgas, con huelguitas por gremios, según las pulgas mortifiquen aquí o allá, sin darse cuenta de que el sobaco o el culo son pellejo del mismo garrulo.

De ahí que na. Na de na. Aquí es donde me asalta al pensamiento el metomentodo tecnológico de este tiempo cibernético: internet.

Porque Gandhi, por ejemplo, sí que lo tuvo crudo, y, sin embargo, logró llegar a más de trescientos millones de hindúes, convencerlos de cómo quitarse de encima a los pitbull ingleses sin caerles a palos, ¡y sin internet! De manera que digo yo que si en cuatro días los marchosos de este país son capaces de convocar un botellón que hace estrecha la nación, ¿por qué no se les ocurre, no a controladores y otros gremios que están pasando necesidades, no, a todo bicho español, ojala a todos los europeos, ¡a todos!, un huelgón sin marcha atrás que instaure el gobierno de la justicia y la razón?

Yo mismo me respondo: pues porque esta tierra no es propicia para Gandhis y hay cantidad de españoles. Y si, posibilidad negada, apareciera algún perseverante emulador del lampiño y medio despelotado hinduito capaz de poner nervioso al pulguerío, ya oigo al coro de zapatuertos soltando el improperio que, dada su carencia de imaginación, aplican a todo aquel que pretenda cortarles el placer que da el poder: ¡Ese es un fascista!

Y a la analfa polirremunerada, con ínfulas dignas de peores causas, dictando: seiscientos mil euros de multa para todo adulto con dodotis y sábana al hombro que abra la boca o le dé a la tecla para mancillar el honor del Gobierno. Ejecútese.

Menuda es ella.

Así que na. A seguir aguantando, porque, aunque el personal no se entere, esto sí sabemos quiénes lo aguantaremos.

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