Me confieso adicta a LA NUEVA ESPAÑA
Pasé muchas horas de mi juventud entre sus paredes, en la avenida Asturias, donde hice grandes y buenos amigos, a la vez que aprendí cosas importantes de personas importantes. Arias de Velasco, (Numa seudónimo) nombre León Manso, Leonardo Vigil, Norberto Cabal Valero, Manolo Avello, Iglesias (creador de “Pinón y Telva”, o, mejor dicho, de “Pinón, Telva y Pinín, que de Pinón ye sobrín”, y cerebro de las fiestas de Oviedo y sus impresionantes carrozas de América en Asturias, donde los indianos lucían sus “haigas”, palabra de anécdota pues los incultos que venían de Bélgica con mucho dinero querían deslumbrar. Por ejemplo, comprando un coche y le preguntaba el vendedor: “¿Qué coche quieres?”, a lo que contestaban: “El mehor que haiga”).
Los periodistas terminaban su trabajo muy al amanecer, casi a las 04.00 horas de la mañana, y antes de ir a sus casas tomaban en el Bombé un calentito periódico de LA NUEVA ESPAÑA para llevarlo a su familia. Yo esperaba por él como agua de mayo, lo leía diariamente. Traía unas vivencias Kanesquia, una chica rusa, que contaba su vida y su entrada en España y la dura vida en su país. Recuerdo el nombre, pero desconozco si está bien escrito.
Mi vida transcurría entre Oviedo y La Felguera. Para llegar puntual a mi trabajo viajaba en un taxi de LA NUEVA ESPAÑA para realizar el recorrido sobre las 03.00 horas-04.00 de la madrugada, y yo interrumpía mi sueño en Oviedo (parando en todos los pueblos para dejar LA NUEVA ESPAÑA) y lo empalmaba en La Felguera, hasta que tenía el tiempo justo de desayunar y llegar al trabajo con el tiempo para fichar mi entrada, iAsí años!, y sigo leyendo La NUEVA ESPAÑA.
En el piso de arriba estaba la emisora de noticias, dedicatorias, música y novedades. Un día, la buena locutora dio una mala noticia para Oviedo, y con micrófono abierto informó. “Ha muerto...”. Su muerte nos dejó compungidos y acongojados.
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