Covadonga, de batalla a mito, y vuelta
Siempre, y más aún en los tiempos que corren, “desmitificar” ha sido una tarea ímproba, digna de titanes intelectuales. Pero hay “héroes”, y uno de ellos pretende serlo el profesor José Luis Corral. Su último libro representa ese enésimo asalto (no parece el primero ni me temo que sea el último) contra un “potente mito”, a su sentir, el de la batalla de Covadonga y el caudillo Pelayo. Sin entrar en detalles, que superan el humilde objetivo de esta reflexión, nuestro paladín aduce varias “pruebas” y suma un razonamiento con tintes de novedad. Entre las primeras nos advierte sobre un “engaño histórico” (nunca mejor dicho), el perpetrado por los cronistas del siglo IX que, según nos aclara, “se inventan” el encuentro bélico y además parece (no me queda claro del todo) que también “encuentran” (supongo que quiere decir que “crean de la nada” o desde otro personaje menos glorioso) un “referente mesiánico fundacional”, definición de quien aparentemente encabeza el lado cristiano del choque. Sentencia con una rotunda respuesta cuando el periodista le pregunta sobre lo que dicen las fuentes árabes al respecto: nada… Su aporte esencial sería “haber demostrado” que el relato del encuentro (ofrecido en la Rotense y la A Sebastián) no es más que una copia de diversos párrafos bíblicos. Todo muy bien vestido, permítanme la expresión, porque nos explica igualmente el origen y responsable de semejante “fábula”, que no sería otro sino el monarca Alfonso III, quien deseaba “un hito” porque “soñaba con conquistar las tierras musulmanas del sur”. Informa, además, de que este “belicoso” sujeto habría “bajado al llano” y “decidido ubicar su nueva capital en León, centro recientemente abandonado por los musulmanes”.
No soy historiador, y por ende, pido indulgencia, pero sí se leer y no me tengo por idiota (tanto en la primera como cuarta acepción del Diccionario de la RAE), así que me atrevo a puntualizar algunos detalles. Empezaría manifestando que es incorrecto, por no decir falso, que los documentos árabes no hablen de Covadonga y Pelayo, por más que a una la designen como “cueva” donde se refugian acorralados un puñado de fugitivos, y al segundo lo denominen “asno indómito” (‘ilğ), además de “mulūk” (que se puede traducir por “rey”). Después, que tampoco es cierto eso de que “los árabes no ocultan las derrotas” (fenómeno de honestidad que sería una excepción universal), porque a menudo lo hicieron, y no sólo en Hispania. Escatiman, por ejemplo, la “batalla de Talas” (año 751), donde los chinos aseguran que cayeron 200.000 muyahidines (se ve que no sólo se exageraba por estos lares) y los perdedores sostienen que no murió ninguno, simplemente “se retiraron tras llegar a un acuerdo”. Tampoco relatan la Batalla de Pontuvio, en la que habría muerto el propio primo del emir. Lo contrario también se da, cual es habitual. ¿Hay que sorprenderse? Continuaría, casi con punzada de incomodidad, debiendo subrayar otros lamentables equívocos (por decirlo suave), pues en absoluto consta que Alfonso III se planteara mudar la capital a León, y menos aún que la “ocupara por cesión”, pues resulta indubitable que resultó tarea difícil, intentada por Ramiro I y conseguida por Ordoño I, vertiéndose mucha sangre en idas y venidas. Nos lo describen con detalle las crónicas cristianas y las musulmanas, estas últimas no sin profundo pesar. Siento que se me viene abajo “un académico”, porque sin duda son errores de bulto muy abultados.
Sumario: Reflexión a partir del último libro del historiador José Luis Corral
Destacado: Con todo, lo clave está, como siempre, en las intenciones. No es nuevo tampoco, ya los eruditos antifranquistas en la década de los setenta habían dado con ello, todo es culpa del citado monarca y sus textos sesgados
Con todo, lo clave está, como siempre, en “las intenciones”. No es nuevo tampoco, ya los “eruditos antifranquistas” en la década de los setenta habían dado con ello, todo es culpa del citado monarca… y sus “textos sesgados” (me pregunto si hay alguno en el mundo que no lo sea). Lo que nunca entendí bien es a quiénes exactamente quería embaucar… Sus coetáneos podrían sufrir colectivamente de amnesia, pero llevaban muchos años soportando aceifas y respondiendo con cabalgadas, ¿necesitaban seguro un “hito” para conquistar/reconquistar y seguir en guerra?
El postre, como es debido, viene al final, con un “titular” muy preocupante: “Asturias ya no necesita del mito de Covadonga para ser un lugar en el mundo con voz propia”. Lo confieso, se me derrumba ya el mismísimo título de “aspirante a desmitificador”, porque no veo algo más mítico que un territorio (sea cual fuere) “hablando con el orbe” (ahí es nada).
Lo dicho, “desmitificar” es complicado, y yo creo que imposible cuando lo que se pretende es tumbar un (supuesto) mito con inexactitudes aderezadas por conjeturas, y todo ello para terminar sucumbiendo en su lugar ante otro mito (este muy real y chapucero).
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