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Cuando la muerte es vida

23 de Enero del 2011 - Agustín Hevia Ballina

Acabo de llegar de Villaviciosa, donde en la iglesia de las monjas Clarisas acompañé a esta comunidad tan querida en el funeral por el eterno descanso de la hermana Sor María Jesús, en cuya esquela figuraba como elemento distintivo de su vida su condición y profesión de «Monja Clarisa», como su título de gloria, precedida de un lema de intensa confesión de fe cristiana, atribuyéndole como para serenidad de la difunta el texto de San Juan (11,22) «Yo soy la resurrección y la vida».

La comunidad orante formada por las Hermanas Clarisas, acompañadas por feligreses de Santa María de Villaviciosa, por los familiares de sor María Jesús y presidida por el obispo auxiliar de Oviedo, don Raúl Berzosa Martínez, en solemne y cálida ceremonia, despidió para la vida eterna a la religiosa fallecida, encomendándola a la misericordia del Señor, que no es Soberano y Rey de muertos, sino de vivientes.

La veintena de sacerdotes asistentes y participantes de la solemne liturgia concelebrada acompañamos al pequeño cementerio, sito en un extremo de la huerta monacal, dentro de la clausura monástica, para devolver a la tierra, inhumándolos, los restos mortales de la religiosa clarisa fallecida. Sobre las lápidas de los nichos, una sobria inscripción, con los nombres de las monjas, que allí esperan la «Resurrección de los muertos y la vida eterna: sor María Ana, sor María de los Ángeles, sor María Pilar, sor María Ludovica, sor María Celina, la última abadesa, nombres con una connotación de su timbre de gloria, el ser portadoras del nombre de la Virgen Santísima, en su condición de hermanas, hijas de Santa Clara de Asís, a las que añadiría el suyo sor María Jesús. Para todas la correspondiente fecha, que no testimonia la de su muerte para este mundo, sino la de su natalicio, la de su nacimiento para la gloria del cielo.

La hermana sor María Jesús llegó a Asturias desde las tierras leonesas de la Bañeza, habiendo profesado en el monasterio de Santa Clara de la Universidad Laboral de Gijón. En aquella comunidad, desde la humildad y la generosidad, prestó servicio al internado que allí existió, formado por alumnos de Formación Profesional, que en sus aulas se prepararon para ejercer diferentes profesiones en la vida.

Cuando el monasterio de la Laboral quedó sin objetivo, al extinguirse el internado, la muy numerosa comunidad de Clarisas, que lo ocupaba, se orientó hacia el monasterio de Cigales en tierras vallisoletanas, mientras unas pocas, entre ellas la hermana sor María Jesús, se incorporaron, en 1997, al monasterio de la Purísima Concepción de Villaviciosa, donde continuaron ejerciendo su consagración y su profesión religiosa en Asturias.

Antetítulo: In memóriam

Subtítulo: A sor María Jesús Concejo Ramos, monja clarisa

Destacado: Las Hermanas Clarisas de Villaviciosa, en el coro, en el refectorio, en el puesto de trabajo, en la celda, son sabedoras de que queda un puesto vacío, el de la hermana María Jesús, pero constituirá una invitación para alguna joven, que pueda sentirse con vocación de asumir el testigo del relevo

Las religiosas de clausura se distinguen por su profesión de estabilidad, vinculando sus vidas a un monasterio determinado, en el que saben que tienen por concomitante de sus días en el servicio divino, su donación con todas las consecuencias para consumar la vida terrena en el reposo del pequeño cementerio monástico. Son sabedoras las monjas profesas de un monasterio de que su vivir de todos los días discurre bajo la observancia de los votos de su profesión solemne, que implican tres condiciones que las convierten en testigos de la escatología: pobreza, que implica no poseer bienes terrenos para anticipar con su vivencia desprendida los bienes eternos; castidad, que las conduce a no tener otro esposo que el Señor, y obediencia, que conlleva poner su voluntad en plenitud en las manos de la superiora o abadesa de la comunidad, no teniendo otro ejercicio de su voluntad más que para la observancia de las reglas y constituciones que son inherentes al carisma de cada orden religiosa.

El día de la muerte, según la carne, es para la consagrada a Dios el día del natalicio para el cielo. De las vidas de las religiosas dos fechas quedan consignadas para perennidad: la de la profesión solemne, que se incorpora al Liber Professionum y que, en las profesiones de clarisas suele ir acompañada de la carta de profesión, confeccionada con especial exquisitez y adorno, en forma que constituya viva patencia de la solemnidad del acto y de las consecuencias vitales que comporta.

La segunda fecha que registra el monasterio en el libro de defunciones es la de la muerte, no con otra intencionalidad que la de dejar constancia del natalicio para la nueva vida a que aboca la existencia de la religiosa consagrada. Esa es la que figura sobre la tumba de la religiosa en el cementerio –ahí sí que es vivido este ámbito y recinto en su genuinidad de lectura como «dormitorio» o lugar para la dormición, de la que la religiosa será despertada a vida eterna definitiva en la resurrección universal, cuando Cristo venga en su segunda venida de la Parusía, «cuando Dios lleve a recapitulación todas las cosas de la creación en Cristo».

Para las religiosas clarisas afloraban a las comisuras de sus ojos furtivas lágrimas, pero una paz interior, una serenidad de espíritu, una alegría íntima y cordial, y un gozo sobrenatural compartido se imponía a los sentimientos que, según la carne, se considerarían los más espontáneos. En el hondón de sus almas era casi factible leer esperanzas de resurrección, esperas y esperanzas que todas ellas, al igual que la hermana sor María Jesús, venían incorporando y así lo continuarán haciendo su aceptación de la voluntad de Dios, para formar parte de las personales vidas, como un entrenamiento diario, como un ejercicio atlético con que ellas esperan llegar a la culminación de su carrera cual atletas bien ejercitados, para conseguir la corona de gloria que no se marchita, la que a todos, como a la hermana María Jesús ya, dará el Señor, juez justo, al igual que hará a cuantos aguardan su venida.

Las hermanas clarisas de Villaviciosa, en el coro, en el refectorio, en el puesto de trabajo, en la celda, son sabedoras de que queda un puesto vacío, el de la hermana María Jesús, pero constituirá una invitación para alguna joven, que pueda sentirse con vocación de asumir el testigo del relevo. Desde la gloria del cielo la hermana María Jesús mantendrá ese como influjo sobrenatural de sus oraciones y alcances ante la Virgen María, de que era tan amante y ante el Esposo a quien ella hizo entrega de su vida, en cercanía que continuará redundando en gracias de llamada, de vocación y de invitación, que el Señor habrá de suscitar. Los atletas cristianos tenemos la convicción de que el testigo del relevo no cae en el vacío, sino que el Señor deparará siempre llamadas a la generosidad de quienes puedan representar la continuidad.

Al igual que, según la frase de Tertuliano, «la sangre de los mártires es semilla de cristianos», el testimonio martirial de la vida consagrada será semilla de vocaciones a la entrega y a la consagración al Señor. Para el cristiano, «morir es vivir», «muerte es vida» y esa vida es Cristo mismo, el gran viviente y vivificador, que sigue llamando.

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