El gesto y su valor
Uno de los vínculos más firmes entre semejantes enraíza en la caridad y la gratitud. Es la caridad la disposición moral propia de quien va al encuentro sincero con su semejante; es la gratitud el sincero reconocimiento por el bien recibido. Ahora bien: cuál sea el valor del gesto de un individuo con su semejante no solo lo conoce Dios en su sabiduría infinita, sino también quien es beneficiario del mismo.
Es el caso -sea como ejemplo- el de un grupo de jóvenes a cuyos componentes les ha puesto en relación las asignaturas académicas compartidas. Cada uno de los individuos se siente ser miembro del grupo, sentimiento de pertenencia que lleva asociado la convicción de recibir el trato del que él entiende ser digno. Hay, sin embargo, y como acontece en los centros de enseñanza obligatoria, alguien que desea ser y estar con los otros componentes del grupo, así como ser correspondido en el afecto que él les profesa. Tristemente, suele ser el caso del joven a quien, desde su ingreso en el sistema, los ocupantes de los otros pupitres le han hecho percibirse diferente y, por consiguiente, en posición aislada y periférica a todos ellos; se trata del joven a quien siempre le han dado a saber que sus rasgos personales son la razón del trato del que es objeto. Con el cambio de centro, que el ministerio de instrucción y enseñanza establece en razón del grado académico, es agrupado con jóvenes procedentes de otros centros. Y he aquí la ocasión en la que, en su trayectoria vital, ha encontrado entre los otros ocupantes de pupitres alguien que le dispensa el mismo trato que a los otros componentes del grupo.
Como se ha dicho líneas más arriba, Dios conoce el valor real del gesto. Ahora bien: cabe preguntarle a este joven qué ha representado para él la atención dispensada por el nuevo colega de pupitre. Es el caso que el joven atento se ha marchado: Dios le ha llamado. Dado el buen talante del ya ausentado, a iniciativa de sus profesores, cada uno de los componentes del grupo redacta una nota de despedida. En todas es recurrente el mismo sentir y la misma percepción por el ya ido: "Has sido un buen compañero; te echaremos de menos". Sin embargo, hay una nota de despedida que no recoge la misma fórmula. Esta otra diferente reza así: "Fuiste siempre muy respetuoso y bueno conmigo, por eso, muchas gracias por todo".
Párese mientes en el joven que se despide del ya ido. ¿Qué valor ha representado para él que este otro, cada mañana, con el brazo sobre su hombro, con una sonrisa abierta y mirándole a los ojos, le saludara y le preguntara: "Qué tal te va la vida, chaval"? Al respecto la nota de despedida es manifiestamente clara: el joven ya ido le ha hecho sentirse reconocido como ser que está ahí, y siendo uno más entre iguales, y en la forma y medida que había venido esperando serlo por sus semejantes, desde que su conciencia despertó al mundo y a los otros.
Si atendemos a los miembros del grupo, se comprobaría que cada uno de ellos dan por hecho el ser respetado y tenido en consideración como algo de lo más natural; trato, pues, que deben dispensarle los otros ocupantes de pupitres. Sin embargo, al joven condenado a la soledad la atención y consideración recibidas por el joven ya ido le han despertado más si cabe la pasión por vivir: en la sonrisa abierta y en la mirada de aquel se ha visto a sí mismo como un joven más entre todos ellos; aquel, con su saludo y atenciones, le ha brindado la ocasión de saberse ser y de saberse reconocido con la misma dignidad que sus semejantes. Y esta infinita gratitud, recogida en su sencilla nota de despedida, lo es más si cabe porque el trato recibido le ha llegado no de cualquiera, sino de ese joven miembro del grupo estimado y respetado por todos, así como admirado por sus profesores. Que de alguien así, como es el caso del joven ya ido, haya recibido semejante trato humano y afectuoso, cómo no estarle, por ello, infinitamente agradecido.
Otro hecho. Alguien, sumido en un dolor de hondo calado, es beneficiario de la acción de otra persona. El beneficiado le expresa su inmensa gratitud: el gesto -explica-, el bien recibido, le ha permitido afrontar el dolor que le aflige con serenidad y entereza de espíritu. Por su parte, el hacedor de tamaño bien se sorprende: "No he hecho -dice- nada extraordinario, para ser objeto de tu agradecimiento".
Tanto el joven ya ido como quien ha tenido el gesto con la persona sufriente dirán que nada hay en sus acciones objeto de admiración. Sin embargo, el espectador que ha parado mientes en las acciones del uno y del otro considera comprensible que estas almas generosas se sorprendan por la estimación en la que se tienen sus gestos; porque, en ambos dos, las acciones -dirá este observador- han nacido de una voluntad noble y de un alma de natural buena. Mas, si preguntáramos a ambos beneficiados por las acciones de los dos benefactores, podemos estar seguros de que la respuesta de ellos será que nunca sabrán corresponder en la medida y calado del bien recibido.
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