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Cultivar la belleza: una apuesta necesaria

31 de Agosto del 2024 - Carmen González Casal

Un día de este verano caliente, al asomarme al Cantábrico por el Campo de La Garita con la ermita de la Regalina a mis espaldas y una naturaleza infinita, azul y verde, ante mí, percibí una auténtica manifestación de la belleza. Fue un instante único, especial, sublime, que se tradujo en una especie de revelación repentina, como una epifanía, como una llamada que me interpeló a elevar hasta el entusiasmo mi ánimo y mi alma.

Lo mismo quizás habrás experimentado tú al escuchar el coro del tercer acto de la ópera "Nabucco" de Verdi, el "Va pensiero", o al contemplar "Las Hilanderas" de Velázquez o el "David" de Miguel Ángel, y al saborear los versos de Salinas o el "Gitanjali" de Tagore. El equilibrio, la armonía, la paz, el entusiasmo acompañan de alguna manera esas situaciones u otras semejantes porque estos calificativos aliñan la auténtica belleza, la que eleva, motiva, enardece y serena el alma, como sutil anticipo de la gloria.

Por el contrario, y por traer a colación un ejemplo muy cercano, no sentí lo mismo en la reciente y bastante controvertida ceremonia inaugural de las Olimpiadas de París. Y es que a pesar de la belleza que nos circunda, tristemente abunda en el mundo lo feo y grotesco, lo chabacano y estridente, que más que elevar y entusiasmar, degrada y decepciona.

En un mundo donde prima el tener sobre el ser; donde la prisa, cuando no la huida hacia adelante, la eficacia, la superficialidad, el ruido y el postureo están a la orden del día, es más necesario que nunca descubrir y cultivar la belleza

Con ello me vienen a la cabeza las palabras del arquitecto y diseñador inglés William Morris, asociado al movimiento británico Arts and Crafts. Palabras que me hacen pensar y dicen: «Todo lo hecho por las manos del hombre tiene una forma que puede ser bella o fea. Es bella si está en concordancia con la naturaleza y la ayuda; fea si está en discordancia con la naturaleza y la reprime…»

Bien es verdad que no todo el mundo tiene la misma capacidad para captar la belleza y por tanto elegir lo más bello, pese a que desde que nacemos tenemos esa capacidad de percibir lo bello y atractivo, y distinguirlo de lo feo o repelente, al igual que un bebé mediante la risa o el llanto diferencia lo bueno de lo malo. Y, como otros órdenes de la vida, la belleza hay que cultivarla desde la niñez, porque lo que no se cultiva, no crece. Con ello no descubro nada nuevo porque la educación de lo estético está presente en los grandes estudiosos de la cultura y la educación, como Platón, nacido en el año 427 a.C., quien escribió en "La República" que «El arte debe ser la base de la educación».

Y es que coincido en esto con el Dr. Alfred Sonnenfeld, catedrático de la UNIR: «Necesitamos la belleza para no precipitarnos en el desencanto o incluso en la desesperación. La belleza, al igual que la verdad, nos infunde entusiasmo y alegría y nos ayuda a contemplar el mundo con admiración y asombro».

Pero la belleza no va de concursos, ni de rostros hermosos, ni de cánones de elegancia sujetos a los dictados de una época determinada. La belleza no es algo externo, sino que proviene del interior. Ser guapa por fuera no es suficiente; es preciso serlo también por dentro, lo que se traduce en un largo camino de interiorización donde la reflexión, el silencio, la contemplación, la lectura, el recogimiento interior o el amor a la verdadera sabiduría marcan el paso en cada momento.

En un mundo donde prima el tener sobre el ser; donde la prisa, cuando no la huida hacia adelante, la eficacia, la superficialidad, el ruido y el postureo están a la orden del día, es más necesario que nunca descubrir y cultivar la belleza. ¿Cómo? Fomentando la religiosidad personal y el hábito de la contemplación que madura en el silencio interior, siempre creativo; procurando la lectura, especialmente de una buena poesía o prosa poética; también la reflexión sobre lo vivido que nos ayuda a llevar las riendas y no a dejarnos llevar por los acontecimientos. Asimismo, los paseos por la naturaleza, que este verano atrajo a tantos turistas a nuestro Principado, son un escenario magnífico para labrar la auténtica belleza.

En esta ocasión la propuesta que te hago es atractiva porque —vuelvo a citar al Dr. Sonnenfeld— "si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente redescubriremos la alegría de la visión, de la capacidad de comprender, el sentido profundo de nuestro existir, el misterio del cual somos parte y en el cual podemos obtener la plenitud, la felicidad, la pasión del compromiso cotidiano».

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