Sobre una tribuna del Derecho
Las opiniones que se vierten en la prensa -y las del que esto firma no se libran por mucho que uno se empeñe- suelen acabar como papel reciclable salvo cuando aportan genialidades y estímulos para pensar, contrastar o debatir; pero, sobre todo, cuando vienen sustentadas por datos novedosos o bien traídos, y conocimiento experto independiente e incuestionable, no mediatizado por estrategias de inversión a plazo o ronzales partidistas. Pocas firmas logran mantener ese nivel de forma sostenida. Por eso, encontrase en LNE todos los primeros domingos de mes con el púlpito de "El espíritu de las leyes" es, para la mayor parte de los seguidores, una catequesis necesitada y buscada libremente. Incluso cuando, como con la lección del pasado domingo -"¿Ha terminado el 'procés'?"-, junto con verdades como puños sobre la mascarada podre de nuestra política interior - a exterior, si se pudiera llamar así, ya no tiene ni siquiera careta-, el profesor Ramón Punset desliza esperanzas de liberación y redención si mantuviéramos el espíritu pronto, la cabeza alta y otros órganos en su debido sitio.
La única posibilidad de que la venta de saldo de nuestra dignidad nacional no prospere en el mercado catalanomonclovita no vendrá de una reacción a escala nacional (incluida la Cataluña que pudo ser) de principios "asín" de sólidos y hartazgo vomitivo, sino -muy probablemente- de un miserable hozado de gochinos en derredor del cerdito hucha. Las Cortes cederán si el ruido de la calderilla, que no otra cosa, tapa bocas autonómicas y redilianas en tiempo y forma. Y si no fuera "asín", y las instituciones siguieran con las manos atadas y la espada de Dionisio donde suele, ya cumplirá el Tribunal Constitucional con su encomienda postfundacional.
Ojalá (u Ojayavé) se cumpla lo mejor del pronóstico punsetiano.
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